En su inconsciencia le vino a la mente, confusa entre la neblina del sueño, la imagen del mayor Tom estrechando su mano y mirándolo intensamente, como queriendo grabar muy hondo en su cerebro la confianza que en él había depositado.
Luego nada, solo explosión, luz blanca y después silencio.
Ahora, inmóvil ante el panel delantero, podía ver, impotente, cómo la nave había perdido el control y giraba enloquecida acercándose veloz e implacable hacia aquel planeta de rojas colinas y canales azules que en nada se parecía a la tierra. Y cómo se estrellaría irremediablemente muy cerca de donde ese enorme ser pardusco, que agitaba violentamente sus antenas, tampoco se parecía en nada al Mayor Tom.
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