sábado, 19 de marzo de 2016

Sueños de estación. Eva Sánchez Palomo.

El tren avanza rápido, adentrándose implacable en el calor de la polvorienta tarde de agosto. 
El traqueteo hace que mi cabeza golpee rítmicamente contra el cristal de la ventanilla. El vagón está desierto y me abandono al bochorno pegajoso del ambiente y al chirrido cadencioso de ruedas y vías. Cierro los ojos. 
Sueño que he llegado a la estación, todo allí flota en la inmovilidad de un instante congelado. Avanzo por el andén como lo haría por el espacio quieto de una fotografía. La estación es una maqueta y a mi alrededor los cuerpos son muñecos diseñados por unas manos hábiles, con trajes pintados sobre estructuras de un rígido cartón. Una mujer se eterniza en el gesto de acariciar la cabeza rubia de un niño que a su vez alza su mano para saludar al tren detenido. La mano del niño está suspensa en el aire quieto, los deditos abiertos, irregulares, de un cartón que empieza a desconcharse por las puntas, y en las uñas ya apenas se percibe su dibujo. 
Miro hacia arriba, el reloj de la estación me mira con su esfera redonda, como un gran ojo que vigilara la quietud turbadora del andén. Las manecillas no se mueven, van pintadas en un firme trazo negro sobre un fondo de blanco luminoso. 
Me acerco a una niña que en el acto de subir por las escalerillas del vagón ha perdido su sombrero. Está girada, en un escorzo que comienza en la cintura y termina en las puntas de unos dedos que casi rozan el sombrero, parado en el suelo, como avergonzado por haberse escapado. 
Me agacho para cogerlo y justo en el momento de alcanzar la superficie rugosa del cartón, el pitido ensordecedor que avisa de que llegamos a la estación me despierta del sueño. 
Me desperezo, recojo la bolsa y bajo las escaleras de un salto. 
En la estación me espera ella, parada en el andén con una gran sonrisa. Me acerco a besarla y por un instante lo siento en mi mejilla, es el roce tibio, irregular, de una cara inerte, de cartón.

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