domingo, 12 de noviembre de 2017

Tenebrae. Francisco Silvera.

Leçons de Ténèbres. Office du Vendredi Saint
Charpentier
Julián tira suavemente de su hijo pequeño, que le sigue feliz. Vaharadas de incienso recorren la portada de la Catedral para elevarse como nubes domésticas; hay murmullos de gentío y un taladrar de atambores que se acercan desde el inicio de la Avenida de la Constitución, ahora sin vientos, ritmo de paso solemne y militar, sin vientos de ridículo sevillano. Tiene buen tipo Julián y viste ropa cara, aparente informalidad, como de descanso, pero todo medido y conjuntado, nada de más y todo en su sitio como debe ser; es espigado, no alto pero de talle fino y silencioso, atractivo, trasero elegante y cuello largo, pelo rubio ligeramente ondulado y sonrisa inteligente y constante, segura. Tira suave de su hijo, que le sigue. Se mueve entre los palcos, degustando la tarde primera de los Oficios de Tinieblas, su esposa aguardando con su hija mayor, lindas las dos. Saluda aquí y allá, como un Papa entre devotos, devoción de trajes de chaqueta, corbatas y mantillas llenas de laca. Sevilla arde en éxtasis de marzo y abril, Julián en fragor de tranquilidad terrenal embustida, porque por la mañana ha sisado más de 40.000 euros a un paleto al que le hizo falta 20.000, y hoy empieza la fiesta grande y él está recién cobrado, su hijos llenos de gozo y resguardo, criándose como Dios manda, el cateto pagó antes de tener que ejecutar embargo ninguno, y un Miércoles Santo es día para la familia y los amigos, todos con ropas oscuras y joyas discretas, perlas acaso, y palcos y después tapas por El Arenal, unas manzanillas o unas cañas, y uno que le mira desde lejos y piensa: “Mira, el cabrón usurero ése”; y, mientras, Julián saluda al Obispo al pasar, sentado muy cerca, con cariños, una vez le prestó un dinero sin intereses, como Dios manda, y don Carlos se lo agradeció eternamente, y Monseñor pone las manos al niño en la cabeza como si pudiera sanarle de no sé qué, y un escalofrío de placer eriza los vellos del cuello del cura rijoso, y Julián reparado de todo, y el de lejos que piensa: “Prestamista de mierda”, y: “Usurero cabrón”; y todo el mundo sonriente pero sin extravíos, cada cosa en su sitio, en Sevilla, en Semana Santa, las gitanas vendiendo claveles rojos de la Sangre de Cristo, dicen, y de pronto suena un disparo y Julián grita aterrorizado pero mira veloz y respira aliviado cuando ve que el caído es el Obispo, y ahora Sevilla grita como si no fuera el día que es, los cielos se vuelcan limpios sin posibilidad de lluvia, Julián vuelve a sonreír repuesto porque tiene una inquietud muy oculta que le hinca un recelo, pero no ha sido a él ni a sus niños, el tiro iba para otro, y a Dios, que lo mira todo en su infinitud omipotente y omnisciente, todo le importa un carajo. 

 

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