No sabría deciros por qué, de
tantos recuerdos, justo me viene éste, de jugar a indios y vaqueros,
de él haciendo de indio con mucho respeto y seriedad y muriendo
abatido por mis tiros y los del primo Toni y del Babas, el compañero
de pupitre. No sé por qué justo pienso en lo bien que se moría el
condenado, doblándose sobre el estómago, cayendo de rodillas,
retorcido, hasta quedar muerto y bien muerto sobre la hierba del
parque, inmóvil hasta que nos acercábamos y lo sacudíamos de los
hombros y resucitaba sonriente, borrándonos un poco la cara de
susto.
No
sabría deciros, pero seguramente por el recuerdo venido, me acerco
al ataúd donde descansa sereno, con las manos cruzadas un poquito
por debajo del pecho y me inclino sobre él, me acerco a su oído y
le digo, ya está bien de hacer el indio, y lo sacudo de los hombros
hasta que me detiene su hijo, ¿pero estás loco viejo chocho?, y
después me siento a esperar, aunque creo que no quieren que me
quede, para ver la cara que ponen, los demás, cuando se levante.
Los años de lluvia, 2012.
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