Charlie se ríe de mis temores.
Se ríe de mí y de todo. Se ríe cuando le hablo de mi miedo a
morir, me revuelve el pelo con su mano gigantesca y suelta una
carcajada. Dice que el miedo es cosa de ignorantes. Y él no es un
ignorante. Luego vuelve a contarme, mientras va repartiendo la
marihuana seca en tarritos de cristal, cómo en una de sus visiones
se le apareció Jim Morrison con el número 2084 tatuado en el pecho.
-Dos mil ochenta y cuatro... aún
me queda mucho tiempo, enano. Saber la fecha exacta es ponerle cara a
la muerte. Es jugar con ventaja.
Charlie sale de casa como cada
noche. Me gusta observar a mi hermano desde la ventana, ver cómo se
lo va tragando la oscuridad sin que le tiemble un solo músculo, cómo
se dirige al final de la calle donde hoy le espera un tipo al que no
he visto antes. El tipo que lo tumba en la acera de un disparo. El
tipo que ahora se aleja a toda prisa en un coche, un descapotable con
matrícula 2084.
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