Conocedora de la
fama del Quijote y curiosa por saber de las nobles aventuras que
vivían los caballeros, Aldonza Lorenzo aprendió a leer y comenzó a
devorar libros de caballería con tanta afición y gusto, que olvidó
casi de todo punto el oficio de fregona; y llegó a tanto su
curiosidad y desatino en esto, que gastó sus ahorros para comprar
libros de caballería en qué leer, y así llevó a su casa todos
cuantos pudo haber dellos.
En
resolución, ella se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban
las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en
turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, a ella también se
le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio.
En
efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño
pensamiento que jamás dio loca en el mundo, y fue que le pareció
convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el
servicio de su república, hacerse señora, e irse por el mundo a
ejercitarse en todo aquello que ella había leído que las señoras
se ejercitaban, y así cobrar eterno nombre y fama. Con el nombre de
Dulcinea del Toboso, salió en busca de caballeros: ¡había tantas
heridas que curar, tantas soledades que mitigar, tantos quebrantos
que aminorar, tantas lágrimas que enjugar, tantas fiebres que
atemperar, tantas tristezas que consolar, tantos deseos que aplacar!
En
su mente dislocada, confundía arrieros con duques, cuchilleros con
marqueses, estafadores con príncipes, salteadores de caminos con
caballeros andantes, prófugos con embajadores de alta ralea. A todos
brindó con su gracia, convirtiéndose en el mejor consuelo de los
afligidos y en el más dulce refugio de los pecadores...
Un
día, curada ya su locura, quiso regresar a su patria; pero en el
lugar de la Mancha donde había nacido, no querían acordarse de
haber visto nacer a “esa” mujer. Y hasta el sol de hoy.
No
hay libro que narre sus dulces aventuras ni fama que la persiga como
no sea la de ser la puta más grande del mundo.
Re-versiones: cuentos, 1999.
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