Todo lo que el espejo nos devuelve
y también este silencio cargado
de nostalgia que se ahonda con la edad,
el indurable miedo de que haya sido en vano
cada paso que dimos en medio de la noche.
Todo cabe, lo sabemos ahora,
en el primer poema que escribimos.
El esfuerzo por mantener erguido
el frágil esqueleto
de la dignidad, la belleza fugaz
de lo pequeño, la necesidad del olvido,
la luna llena, el amor infinito
a las palabras.
Todo: la esperanza
y el dolor, el canto de los pájaros
y la vana ilusión de que íbamos, de verdad,
sin trampa ni cartón, alehop, a ser felices.
Todo cabe, el amor loco, la risa
inesperada, el recuerdo del hambre,
el odio inconfesable y sus vestigios
de musgo ya para siempre adheridos al alma,
al cielo que se nubla de repente,
el chasquido de la rama que no aguanta el peso,
los ojos entreabiertos de un cadáver.
Cada beso perdido y el caballo de cartón
que tanto te asustaba, desterrado
y muy solo en el fondo del armario.
La palabra miseria, el sueño, todo.
La muerte
y el camino feliz que la precede.
El barco a la deriva. La gloria y la inocencia.
Aquella mañana, este rumor, la vida toda.
Las palabras perdidas, 2011.
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