lunes, 18 de mayo de 2015

Artificial. Jesús Fabregat. Microrrelato.

La señorita que atiende la ventanilla de reclamaciones es en realidad un robot. Ella no lo sabe, claro, porque las máquinas aún no disponen de conciencia de sí mismas, pero yo lo he notado. Desde mi escritorio solo veo su espalda y ese cabello castaño que jamás se despeina, por muchos improperios que le escupan al cabo del día. A veces fuerzo mi turno para coincidir con ella en la sala de descanso. Mientras los demás cotillean y engullen donuts empapados en café, Clara Buendía, la señorita reclamaciones, se sienta en una esquina y lee novelitas de amor en formato de bolsillo. Nunca habla con nadie. Llevo días pensando cómo entablar conversación, pero no logro que despegue sus ojos biónicos de esos libritos de cubierta rosa y dorada.
Me siento frente a ella y la observo casi con descaro, pero no hay forma. Solo durante unos segundos, mientras termina con un libro y rebusca en su bolso otro con el que continuar la lectura, sus ojos se cruzan con los míos y descubro que son azules y casi perfectos. Tal vez sea un fallo de fabricación, o un montaje defectuoso, pero me ha parecido notar que parte del líquido en el que flotan, quizá lubricante transparente, se ha escapado de su depósito y resbala despacio por su mejilla artificial.



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