Supo que había un cuadro maravilloso llamado la Gioconda. Pero quería descubrirlo por sí solo. Se dedicó, desde muy joven, a ignorar la historia y la geografía. Un día partió a recorrer mundo en busca del fabuloso cuadro.
Recorrió tiempos y ciudades, entró en palacios y mesones, agotó galerías agobiadas de cuadros magníficos. Pero ninguno era la Gioconda.
Muchas veces estuvo por abordar a los guías y preguntarles de una vez dónde hallar el soñado cuadro. ¡Era tan sencillo que lo tomaran de la mano y lo condujeran hasta dejarlo frente a ese mar!
Pero siguió buscando por sí solo. Amó a varias mujeres cuyos ojos le parecían los de la Gioconda. Luchó con hombres en cuyos labios presentía la sonrisa de la Gioconda.
Llegó un momento en que el mundo ya no tenía secretos para él. Pero nada sabía aún de la Gioconda. A la sazón, había llegado a Florencia y principios del siglo XVI.
Entonces, desesperado, pintó la Gioconda.
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