Era una mujer que tuvo dos hijos gemelos y unidos a lo largo de todo el costado.
—No podrán vivir—dijo un doctor
—No podrán vivir—dijo el otro, quedando desahuciados los nuevos hermanos siameses.
Sin embargo, un hombre con fantasía y suficiencia, que se enteró del caso, dijo:
—Podrán vivir… Pero es menester que no se amen, sino que, por el contrario, se odien, se detesten.
Y dedicándose a la tarea de curarlos, les enseñó la envidia, el rencor, los celos, soplando al oído del uno y del otro las más calumniosas razones contra el uno y contra el otro, y así el corazón se fue repartiendo en dos corazones, y un día de un sencillo tirón los desgajó y los hizo vivir muchos años separados.
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