Cuando
el primer hombre llegó a la Tierra, se la encontró vacía, y estuvo
dando vueltas hasta que se cansó. Aquí falta algo, pensó, «una
cosa con cuatro patas para sentarse encima. Así inventó la silla.
Se sentó, y se quedó mirando el horizonte. Wonderful. Maravilloso.
Aunque no lo suficiente. “Aquí falta algo”, pensó, “una cosa
con cuatro esquinas para estirar las piernas por debajo y sobre la
que apoyar los codos”. Así inventó la mesa. Estiró las piernas
por debajo de la mesa, apoyó los codos encima y se quedó mirando el
horizonte. Wonderful. Hasta que empezó a notar que el viento que se
había levantado a lo lejos se acercaba poco a poco, trayendo negros
nubarrones. Se puso a llover. No wonderful. “Aquí falta algo”,
pensó, “una cosa con otra cosa encima que me proteja del aire y
del agua”. Así inventó la casa. Metió en ella la silla y la
mesa, se sentó, estiró las piernas, apoyó los codos y se quedó
mirando la lluvia a través de la ventana. Wonderful. Entonces
distinguió a otro hombre caminando bajo la lluvia. Se dirigía hacia
su casa.
—Con permiso, ¿le importa si me pongo a cubierto?
—dijo el otro hombre,
—Please —dijo el primero—. Por
favor.
Y le enseñó todo lo que había inventado: la silla para
sentarse, la mesa para las piernas y los codos, la casa con las
cuatro paredes y el tejado encima para protegerse del aire y del
agua, la puerta para entrar y la ventana para mirar hacia fuera.
Una
vez que el otro hombre vio, probó y elogió todos los inventos, el
primero le preguntó:
—¿Y qué ha hecho usted, querido
vecino?
El otro se quedó callado. No se atrevió a decir que
era él quien había inventado el viento y la lluvia.
Inventos. Jürg Schubiger y Franz Hohler. Así empezó todo, 34 historias sobre el origen del mundo, 2007.
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