De
pequeño se asomaba al aljibe que había en la cocina de su casa. Se
subía a un taburete, intentaba reflejarse en el fondo, respiraba la
húmeda frescura y, luego, temblaba. Sentía un vértigo entre
viscoso y dulzón y una extraña atracción por lo desconocido.
Dejaba entonces caer el cubo y en la desgarrada superficie quebrada
imaginaba, por un instante, su cuerpo hiriendo las aguas para quedar
en su fondo entumecido.
Luego, al izarlo con agua desbordante,
se sabía en su tambalear sobre el brocal, una vez más, rescatado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario