jueves, 18 de enero de 2018

Braulio o la incomunicación. Reinaldo Medina Hernández.

Se levantó con el mismo retraso, pero también con el mismo buen humor de todos los días. Bajó corriendo las escaleras y al pasar junto a la portería saludó al portero con la jovialidad de siempre. Sin embargo el saludo no le fue devuelto sino que a cambio recibió una extraña mirada. Se sorprendió pero estaba muy apurado para ventilar el asunto. En la calle quiso encender el primer cigarrillo de la mañana, pero como con el apuro había olvidado su encendedor le pidió fuego amablemente a un transeúnte: “¿Perdón?” -preguntó el hombre sorprendido. Repitió su pedido con su mejor sonrisa; pero el individuo le clavó una mirada dura y se alejó diciéndole: “Es muy temprano para payasadas”. En el metro trató gentilmente de cederle su asiento a una señora, pero ésta lo miró con ojos aterrorizados y huyó al fondo del coche como si la hubiera amenazado de muerte.
Ya en la oficina saludó a todos con su habitual estilo, galante con las mujeres, cortés con los colegas; pero no recibió una palabra a cambio, sino solo miradas sorprendidas disparadas desde el fondo de dilatados ojos de sonámbulos. “¿Es que están todos locos hoy, o toda la cuidad se volvió maleducada de repente?”. Discretamente se escurrió hasta el lavabo y se observó en el espejo buscando en su rostro una posible explicación. Todo estaba en orden, a pesar de las prisas se había afeitado correctamente, no tenía rastros de desayuno en el bigote, ni ninguna mancha en la cara. “Entonces, ¿qué coño pasa?”
Se apersonó en la oficina del Director para exponerle la disculpa de rutina, pero a medida que hablaba notaba cómo los ojos de su superior crecían: en sus órbitas y su boca se abría lentamete dejando ver sus dientes amarillos. “¿Qué mierda estás hablando Braulio, en qué jodido idioma te ha dado por hablar ahora?”. Sorprendido trató de replicar pero evidentemente no se hizo entender. “Ya es suficiente con que llegues tarde todos los días, para que ahora lo hagas también ebrio, no has logrado articular una palabra coherente, piérdete de mi vista, no quiero verte nunca más.”
A mí nadie me despide, yo renuncio” -pensó, y se sentó a escribir, pero lo horrorizaron las primeras líneas: “Yu, Breukio Púrev, renancié… “ Tiró el papel espantado y corrió a la calle tratando de pensar en lo que sucedía: “Dius mao, qui of exjo, pur qkn yb nesd jaso gios jebso kdn seo xcbl...”

 

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