jueves, 16 de agosto de 2018

Muerte como lomo de pez. Ángel Olgoso.

Cierto día vendí mi alma al diablo a cambio de conocer el futuro con veinticuatro horas de antelación, y se me concedió lo solicitado, y con mi poder alcancé pronto la plenitud profesional y mis certeras exclusivas —desastres naturales, cambios políticos, asesinatos, cotizaciones de bolsa— aumentaron la tirada de mi periódico y para ello no tenía más que mirarme en el espejo y leer en mi ojo izquierdo todas las futuras noticias de primera página que se producirían después con sobrecogedora puntualidad, y fui feliz, lo fui hasta que anoche leí en mi ojo izquierdo mi propia muerte, ahogado bajo el agua negra y musgosa, y sentí entonces un escalofrío porque sabía que el futuro se registraba infaliblemente, y me he encerrado, bajo doble llave, en la oscuridad de mi dormitorio, donde, paralizado, escucho ahora un suave bramido creciente, y uno tiene la sensación de que el río que atraviesa la ciudad ha comenzado a desbordarse.

Los líquenes del tiempo. Ángel Olgoso, 2010.

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