Nueve de diciembre. Martes nublado. Pitos de carros y buses.
Como siempre alisté mis libros y me fui para el colegio. Todo seguía
su curso normal: Iba ajado en matemáticas y el profesor al que le
pinchamos el carro en el parqueadero del colegio sospechaba de
mí. Un agudo tambor de lata me martillaba la cabeza. La razón:
cuando uno quería entrar al mundo de la cultura, en el colegio
donde estudie, se hacía un elegante coctel con aguardiente y
vallenatos. Mientras iba muriéndome del guayabo, pero también de
tedio, pensaba qué le iba a decir a esa china que no me dejaba
dormir ni estudiar. Los libros abiertos sobre los pupitres. Cartera.
Llegó el profesor de comportamiento y salud, la abreviatura era “C y
S” y tenía una extraña pero cierta semejanza con el deporte. A esta
clase le decíamos la clase del “ciclismo”. Las dos primeras horas
pasaron como una inyección dolorosa. Llego el recreo. Hora de salir
a echarse un pucho en el baño. Hora de hacer la tarea de francés.
Hora de un brownie y de una Coca-Cola. Hora de mirar el cielo
porque la china esta se había enfermado y las palabras cursis que
le pensaba decir quedaron atravesadas en la mitad de la garganta.
De pronto sentí como si estuviera un bombillo por allá adentro.
Pequeñas gotas de lluvia empezaron a caer. No me dieron ganas
de ir a jugar una veintiuna con los del C y tampoco terminé mi tarea
sobre Rabelais. Nos tocaba la clase de gimnasia. En el
calentamiento el profesor colocó en el equipo de sonido una música
para desanquilosar el espíritu: de los parlantes salía la melodía de
Let it be, Help, Get back, Dear Prudence y Julia. Ahí sí sentí que
todo el sistema se me caía.
No lograba explicar qué me pasaba, pues siempre que escuchaba a
los Beatles su música me elevaba, era un puente a la alegría. Pero
ese día sus canciones sonaban como un tren triste en medio de una
tormenta de nieve. El profesor de gimnasia viendo que además de
la cultura necesitábamos un poco de ejercicio, nos sacó al campo
de futbol a trotar: 20 vueltas.
Mientras trotaba iba tarareando a los muchachos del puerto de
Liverpool. La lluvia empezó a arreciar y el profesor nos dio la orden
de seguir trotando.
Ese día terminó. Cuando llegué a mi casa, a eso de las cuatro, cogí
el periódico para leerlo. Casi se me caen los ojos: En la primera
página había un titular que decía: “asesinado el ex beatle John
Lennon”. Todo era lógico. Unas noches antes había soñado con
unas gafas redondas que se rompían sobre la nieve.
Un poco triste, pero más feliz que los demás. 2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario