El mono agarró un tronco de árbol,
lo subió hasta el más alto pico de una sierra, lo dejó allí, y
cuando bajó al llano, explicó a los demás animales.
—¿Ven
aquello que está allá? ¡Es una estatua, una obra maestra! La hice
yo.
Y
los animales, mirando aquello que veían allá en lo alto, sin
distinguir bien qué fuere, comenzaron a repetir que aquello era una
obra maestra. Y todos admiraron al mono como a un gran artista. Todos
menos el cóndor, porque el cóndor era el único que podía volar
hasta el pico de la sierra y ver que aquello sólo era un viejo
tronco de árbol. Dijo a muchos lo que había visto; pero ninguno
creyó al cóndor, porque es natural en el ser que camina no creer al
que vuela.
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