Una vez un joven le dijo a una mujer:
-Señora,
tiene usted las manos muy hermosas.
-Siempre
lo han sido para jóvenes de ojos tan hermosos como los suyos
-respondió ella.
-Sin
sus manos mis ojos no serían hermosos.
-Y
sin sus ojos mis manos no serían hermosas ¿Ha visto alguna vez sus
manos?
-Antes
de tener los ojos ausentes, advertía en ellas cierta hermosura -dijo
él-. Y usted, Se ha mirado a los ojos?
-Nunca
los tuve -dijo ella-. Pero jamás han existido manos tan hermosas
como las mías.
Y
así finalizó aquel diálogo de ciegos.
El hombre de los pies perdidos, 2005.
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