sábado, 9 de octubre de 2021

NIños soldado. Gabriel de Biurrun.

Un día empezaron a entrar niños en la casa. Llamaron al timbre. La puerta estaba abierta cuando bajé. Dos rubios y uno pelirrojo sonreían desde la entrada, como si en algún momento alguien fuera a decirles que habían tardado mucho, o que qué bien que ya estaban de vuelta. Los llevé a la cocina, preparé bocadillos y fuimos al jardín de atrás.

Los otros ya no llamaron, simplemente fueron entrando y ocupando cada habitación. Algunos surgían en la sala, desaparecían y volvían a aparecer en el baño. No jugaban, no hablaban, eran como un rebaño de ilusiones sonrientes, no se estorbaban ni peleaban.

Anne se levantó cuando ya se hacía imposible caminar sin chocar con los niños. De hecho, seguro que en el dormitorio había alguno que ella no vio. Bajó a la cocina y se sentó junto a la ventana, como cada día, esperando a que yo le llevara el café.

-He tenido un sueño maravilloso –dijo bostezando -, teníamos hijos. Ha sido bonito. Me ha dado fuerzas.

Anne observaba el jardín lleno de niños.

-Hay que cortar la hierba –dijo-, se ve fea.

 

 

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