Piensa en esto:
cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido,
una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el
reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es
de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente
ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás
contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te
regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es
tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa
como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la
necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle
cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de
atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el
anuncio por la radio, en el servicio telefónico.
Te
regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga
al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es
una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu
reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el
regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.
Historias de Cronopios y de Famas, 1962.
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