La época de los poetas menores se acerca. Adiós Whitman, Dickinson,
Frost. Bienvenido tú, cuya fama no irá más allá de tu familia más
cercana y de quizás uno o dos buenos amigos reunidos después de la
cena alrededor de una jarra de intenso vino tinto… mientras los
niños se quedan dormidos, quejándose del ruido que haces al buscar
en el armario tus viejos poemas, temeroso de que tu mujer los haya
tirado en la última limpieza de primavera. Está nevando, dice
alguien que se ha asomado a la oscuridad de la noche, y que se vuelve
hacia ti cuando te preparas para leer, solemne y enrojecido, el largo
poema de amor cuya estrofa final (que no conoces) está
irremediablemente perdida.
A la manera de
Aleksander Ristovic
El mundo no se acaba, 1990.
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