No debí entrar en ese local. Era una noche insulsa y estaba solo en una ciudad desconocida. Mi puesto como representante farmacéutico peligraba y por eso acepté los cambios de zona que mi jefe asignaba arbitrariamente. No era capaz de dormir así que me levanté, me di una ducha y salí a la calle.
Caminé durante bastante tiempo, mis pasos sonaban duplicados, como si con cada taconeo mi sombra lanzara un eco a la noche. Entonces lo vi, era un local de esos con espectáculo, un cartel enorme anunciaba a un mago de nombre impronunciable. «Solo esta noche», avisaba un papel pegado en un extremo. Al entrar tuve la sensación de estar observando un paisaje submarino: los movimientos ralentizados y la gente oscilando con un vaivén de anémona. Una pálida camarera de ojos tristes me condujo a una de las mesas más cercanas al escenario, pedí un güisqui y me dediqué a contemplar a la gente. Dos mesas más allá de la mía un grupo de mujeres llamaba la atención bailando y riendo. Entonces me acordé de Elena, otra vez, y la punzada regresó después de tantos meses. Nos habíamos dado otra oportunidad, pasaríamos el fin de semana juntos para intentar reanimar nuestra relación, eso dijo.
Una música oriental anunció el comienzo del espectáculo. De ambos extremos del escenario comenzó a fluir una neblina. De entre el humo surgió una figura pequeña, el mago; no veía bien su rostro pero me pareció que tenía rasgos asiáticos. Comenzó con un juego conocido, ya saben, papeles rotos en mil fragmentos multicolores que se unen por arte de manos formando un arco iris íntegro de lado a lado. Después adivinó lo que algunos elegidos dibujaban en un cuaderno. Comencé a bostezar, todo era tan previsible. Entonces el hombrecillo me miró y me invitó a subir al escenario. El siguiente número, según pude entender, consistía en hacerme desaparecer ante los ojos de la audiencia, sin cajas ni ataúdes. Simplemente me colocó en el centro y comenzó a recitar una salmodia en un lenguaje desconocido. Mis sentidos se embotaron al principio pero luego me invadió una agradable sensación de liviandad.
Justo debajo del punto en el que me encontraba había unos pequeños orificios muy bien disimulados, de cada uno de ellos empezó a fluir un humo de color azulado que me rodeó por completó. Sentía que me elevaba y los oh… y ah… de asombro me llegaban desde abajo cada vez más lejanos y confusos. Estaba flotando sobre el humo azulado y alcancé a ver mi cuerpo, a la gente aplaudiendo entusiasmada y al mago inclinándose complacido. Algo no iba bien, mi cuerpo se movía, sonriendo y aplaudiendo también, pero no seguía mis órdenes. Yo seguía allá arriba, mezclado con el humo, yo mismo era esa niebla. Pensaba y razonaba pero carecía de cuerpo. Intenté regresar, pero mi carne era un caparazón que me rechazaba. Sólo pude observar impotente cómo mi cuerpo se sentaba en su mesa y continuaba disfrutando del espectáculo hasta el final.
No sé cuánto tiempo ha pasado desde entonces, desde mi nueva perspectiva el espacio es una metáfora y los relojes son una farsa. He adquirido ciertos poderes que me separan de lo humano pero sigo sintiéndome desdichado. Estoy encerrado en un laberinto dimensional mientras otro tipo con mi cuerpo anda por ahí disfrutando mi vida: consiguiendo el ascenso que siempre esperé, reconciliándose con Elena, gozando. No puedo hacer nada, le observo, a veces le grito, pero no me escucha.
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