—Ésa de negro que sonríe desde la pequeña ventana del tranvía se asemeja a Madame Lamort —dijo.
—No es posible, pues en París no hay tranvías. Además, ésa de negro del tranvía en nada se asemeja a Madame Lamort. Todo lo contrario: es Madame Lamort quien se asemeja a ésa de negro. Resumiendo: no sólo no hay tranvías en París sino que nunca en mi vida he visto a Madame Lamort, ni siquiera en retrato.
—Usted coincide conmigo —dijo— porque tampoco yo conozco a Madame Lamort.
—¿Quién es usted? Deberíamos presentarnos.
—Madame Lamort —dijo— ¿Y usted?
—Madame Lamort.
—Su nombre no deja de recordarme algo —dijo.
—Trate de recordar antes de que llegue el tranvía.
—Pero si acaba de decir que no hay tranvías en París —dijo.
—No los había cuando lo dije pero nunca se sabe qué va a pasar.
—Entonces esperémoslo puesto que estamos esperándolo —dijo.
—No es posible, pues en París no hay tranvías. Además, ésa de negro del tranvía en nada se asemeja a Madame Lamort. Todo lo contrario: es Madame Lamort quien se asemeja a ésa de negro. Resumiendo: no sólo no hay tranvías en París sino que nunca en mi vida he visto a Madame Lamort, ni siquiera en retrato.
—Usted coincide conmigo —dijo— porque tampoco yo conozco a Madame Lamort.
—¿Quién es usted? Deberíamos presentarnos.
—Madame Lamort —dijo— ¿Y usted?
—Madame Lamort.
—Su nombre no deja de recordarme algo —dijo.
—Trate de recordar antes de que llegue el tranvía.
—Pero si acaba de decir que no hay tranvías en París —dijo.
—No los había cuando lo dije pero nunca se sabe qué va a pasar.
—Entonces esperémoslo puesto que estamos esperándolo —dijo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario