lunes, 14 de mayo de 2018

La muñeca olvidada. Celso Román.

La niña jugaba a solas a la mamá con la muñeca en esa edad en que perder el tiempo en los juegos no es ningún pecado que disminuya la producción nacional. Todos los días la tomaba en sus brazos y le daba teterito y cucharaditas de sopa por papá que está en la oficina por los hermanitos en el colegio por esto y por lo otro, por las miles de variantes razones para tomar sopita. Como es de suponer, la muñequita estaba lozana: cachetes rosados, ojos de lucero, labios de arrebol, etc. Un día la niña empezó a pensar diferente, le pareció cursi el tal jueguito, fue a fiestas, se enamoró, se hizo una mujercita y el día del primer brasier ya ni sabía de la muñequita. Siendo universitaria se puso a escarbar en el baúl donde su infancia estaba archivada: patines oxidados, monopolios incompletos, etc., y en el fondo del cajón vio algo que le hizo retraer el rostro en una mueca de asco: un pequeño esqueleto con el cráneo blanco, salpicado de mechones amarillos, marchitos, olorosos a moho y tumba. Unas lágrimas corrieron por sus mejillas (para qué vamos a negarlo) cuando comprendió que la muñequita había muerto de hambre.

 

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