sábado, 12 de mayo de 2018

Descansos de la escritura. Hipólito G. Navarro.

Para las horas así, digamos jodidillas, no malas del todo pero pasando un poco de regulares, pues tenía eso, un botecito de cristal con su tapón de corcho, y con una cuerda lo colgaba del techo y luego le daba caña con un palo, no muy fuerte, para no romper el vidrio, pero sí lo suficiente como para que las moscas dentro del bote se chocaran violentamente unas con otras y zumbaran como diciendo: ¡hostias, otra vez!
Luego las moscas, con los ojos pegados al cristal, lo veían derrotado en un sofá, sudando, mientras ellas apuraban los últimos vaivenes pendulares, ya más relajadas, antes de contar las bajas.

 

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