jueves, 23 de diciembre de 2021

"Relato de la rebelión de unos ángeles." Manuel Vicent. Balada de Caín. Fragmento.

En una época muy remota, Dios era un astro que reinaba en la esfera más alta del universo y sin duda tenía mucho orgullo. Había allá arriba algunos astros semejantes a él, aunque no tan poderosos, y estos un día se unieron para derribar del trono al gran Dios del espacio e intentaron abandonar la órbita que les obligaba a dar vueltas a su alrededor, pero al descubrir esta conspiración Dios montó en cólera, la cual produjo una inmensa explosión que destrozó a las estrellas rebeldes, cuyos fragmentos incandescentes fueron condenados a vagar perdidos de noche en el cielo para siempre. Esas ascuas son los demonios. Tienen nombres hermosos. Uno se llama Luzbel o portador de la lumbre. Otro es Belcebú, príncipe de las tinieblas. También está Satanás, el que predica la belleza de la perversión. Hay muchos más: Iblis, Malik, Belial, Abbadón. Van fugaces y errantes por el firmamento en una eterna caída hacia el abismo y, en tierra, sus espíritus hablan en boca de ciertos reptiles. Sus palabras son siempre maravillosas y mortíferas. En cambio, el gran Dios, que ha quedado victorioso en lo alto, se expresa a través de otros animales. Cuando necesita manifestar un deseo, a veces utiliza la garganta de algunas bestias superiores, por ejemplo, su voz es el aullido de un chacal o la risa nerviosa de la hiena. Si de noche oyes el grito de alguna alimaña, hijo mío, tienes que saber que Dios te está hablando.

Balada de Caín, 1987.
 

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