miércoles, 23 de febrero de 2022

Morriña. Mar Horno.

Cada vez que paso junto al muro del cementerio noto en los huesos un aguijonazo de nostalgia y me atenaza el alma una tristeza amarga impropia de un hombre de mi edad. Entonces recuerdo, como si fuera ayer, las miles de tardes que pasé guarecido a la sombra de esas piedras, con las amapolas acariciándome las rodillas sucias, leyendo aquellos viejos libros del abuelo José. La proximidad del camposanto me garantizaba la soledad necesaria para poder viajar sin molestias en la máquina del tiempo, buscar tesoros de piratas, encontrar las minas del rey Salomón o dar la vuelta al mundo en ochenta días. Recientemente he vuelto junto al muro, pero ahora estoy al otro lado. Cuando ya no resisto tanta añoranza de aquel niño que fui, intento saltar la tapia, pero los otros muertos, comprensivos, me retienen suavemente de los pies y para consolarme me regalan un libro.


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