martes, 1 de febrero de 2022

Puntos de vista. Xesc López.

Las circunstancias extremas te hacen cuestionar principios que creías inmutables. Sorprendentemente, son aquellos más inofensivos los que adquieren cierta transcendencia. Efectivamente; ha sido ahora, encaramado en la rama más alta de este árbol enclenque, preguntándome si hoy voy a morir o no, cuando he recordado irónicamente que, de pequeño yo siempre fui de Tom más que de Jerry, de Itchy más que de Scratchy, en su versión más actual, de Silvestre más que del puto pájaro amarillo ese de Piolín, y por supuesto, mucho más del Coyote que del Correcaminos. Sin duda, si había algo que aborrecía en mi condición de preadolescente, era ese bicho inútil que solo corría. Si existía algún motor, alguna tensión narrativa que me impulsaba a mantenerme en la silla frente al televisor, hasta el final de cada episodio, no era otro que la secreta esperanza de una resolución satisfactoria del conflicto, en forma de caza y banquete, que una y otra vez frustraban los dibujantes: que el jodido ratón y el mierda de pajarraco ese fueran por fin capturados y devorados por sus sufridos perseguidores, era un sueño de justicia sádica que esperaba presenciar más pronto que tarde.
Paradójicamente, desde esta rama, que ya empieza a quebrarse, viendo cómo se relame el tigre que paciente espera allá abajo, temo la ironía del destino y me pregunto qué habría hecho el Correcaminos en mi situación. No soy ilustrador para escribir otro final. En realidad, siempre supe que la vida no son dibujos animados.

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