Desperté tratando de gritar y
me encontré de pie en medio del taller. Había soñado esto:
teníamos que ir, varias personas, a la casa de un señor que nos
había citado. Llegué a la casa, que desde afuera parecía como
cualquier otra, y entré. Al entrar tuve la certeza instantánea de
que no era así, de que era diferente a las demás. El sueño me
dijo:
-Lo estaba esperando.
Intuí que había caído en una
trampa y quise huir. Hice un enorme esfuerzo, pero era tarde: mi
cuerpo ya no me obedecía. Me resigné a presenciar lo que iba a
pasar, como si fuera un acontecimiento ajeno a mi persona. El hombre
aquel comenzó a transformarme en un pájaro, en un pájaro de tamaño
humano. Empezó por los pies: vi cómo se convertían poco a poco en
unas patas de gallo o algo así. Después siguió la transformación
de todo el cuerpo, hacia arriba, como sube el agua en un estanque. Mi
única esperanza estaba ahora en los amigos, que inexplicablemente no
habían llegado. Cuando por fin llegaron, sucedió algo que me
horrorizó: no notaron mi transformación. Me trataron como siempre,
lo que probaba que me veían como siempre. Pensando que el mago los
ilusionaba de modo que me vieran como una persona normal, decidí
referir lo que me había hecho. Aunque mi propósito era referir el
fenómeno con tranqulidad, para no agrabar la situación irritando al
mago con una reacción demasiado violenta (lo que podría inducirlo a
hacer algo todavía peor), comencé a contar todo a gritos. Entonces
observé dos hechos asombrosos: la frase que quería pronunciar salió
convertida en un áspero chillido de pájaro, un chillido desesperado
y extraño, quizá por lo que encerraba de humano; y, lo que era
infinitamente peor, mis amigos no oyeron ese chillido, como no habían
visto mi cuerpo de gran pájaro; por el contrario, parecían oír mi
voz habitual diciendo cosas habituales, porque en ningún momento
mostraron el menor asombro. Me callé, espantado. El dueño de casa
me miró entonces con un sarcástico brillo en sus ojos, casi
imperceptible y en todo caso sólo advertido por mí. Entonces
comprendí que nadie, nunca, sabría que yo había sido transformado
en pájaro. Estaba perdido para siempre y el secreto iría conmigo a
la tumba.
El túnel, 1948.
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