El señor de Château-roux en
Francia mantenía en su castillo a un hombre al que había castrado y
cegado. Este hombre, a fuerza de prolongados hábitos, conocía de
memoria los largos pasillos del castillo y los escalones que
conducían a las torres. Aprovechando el hecho de que todos lo
consideraban un inválido, puso en efecto su plan para vengarse.
Subió a las habitaciones y tomó a su único hijo y heredero del
gobernador del castillo, y lo llevó a lo alto de la torre, no sin
antes pasar los pestillos de las puertas desde adentro, impidiendo el
acceso a la escalera. Desde la almena de la torre llamó la atención
de los que estaban abajo, y amenazó con lanzar al niño si no venía
el gobernador de inmediato.
El gobernador del castillo llegó
corriendo y, aterrorizado, procuró por todos los medios el rescate
de su hijo, pero recibió por respuesta que eso sólo podría
llevarse a efecto por la misma mutilación de las partes bajas, tal
como el señor del castillo había infligido en él. El gobernador,
luego de suplicar en vano por clemencia, finalmente accedió, e hizo
que le fuera propinado un fuerte golpe en el cuerpo; la gente que
presenciaba la escena irrumpió en gritos y lamentos, como si se
hubiera mutilado.
El ciego le preguntó dónde
había sentido el mayor dolor. Cuando el gobernador le respondió que
“en los riñones”, dijo que era falso y amenazó con lanzar al
niño. Al hombre se le propinó un segundo golpe, y aseguró que lo
que más le había dolido había sido el corazón. El ciego expresó
incredulidad y volvió a acercar al niño al borde de la almena. La
tercera vez, sin embargo, el gobernador, para salvar a su hijo,
realmente se castró; y cuando exclamó que el mayor dolor lo había
sentido en los dientes, el ciego dijo: “Es cierto, como ha de ser
creído un hombre que haya pasado por tal experiencia. Tú has
vengado, en parte, mis heridas. He de enfrentar la muerte con mayor
satisfacción, y tú no podrás ni concebir otro hijo, ni ser
reconfortado por este acto”.
A continuación, se precipitó
desde lo alto de la torre con el niño, y al caer al suelo se
rompieron las extremidades y murieron en el acto. El señor del
castillo ordenó la construcción en el lugar, por el alma del niño,
de un monasterio, que todavía está en pie, y se llama De
Doloribus.
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