Su vida era una constante
posposición. Había aplazado el matrimonio para cuando tuviera más
solvencia económica, los hijos para cuando gozara de una casa más
amplia y la mudanza para el momento en que dejaran de serle útiles
los vecinos cercanos.
Aquella mañana debía haber
realizado su más importante viaje de trabajo, pero como lo había
postergado debido al cansancio, la Muerte, al llegar, se lo encontró
en su más dócil estado. Satisfecha con la circunstancia, decidió
concederle el favor de seleccionar cómo quería morir pero, atónita,
sólo escucho una frase:
—Mañana, cuando despierte, te
digo.
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