lunes, 9 de enero de 2023

El ilusionista. Isar Hasim Otazo.

Amo a ese hombre. Lo conocí el día que presentó su espectáculo de magia en mi pueblo. Mamá dijo, no te metas con un mago, los magos sólo aman su magia, y no le hice caso.
Lo seguí como su ayudante por todos los pueblos de los Llanos, en la época de la bonanza cocalera. Yo me quedaba en las habitaciones de esos hotelitos esperándolo hasta el amanecer. Llegaba borracho y yo corría a recibirlo, a desvestirlo y acostarlo. A veces, con su magia me transportaba a palacios, hoteles de lujo, castillos y países lejanos.
Así fue por muchos meses hasta que un día me quedé esperándolo en vano en un cuartucho en Tauramena. Lo busqué desesperada por todo el pueblo hasta que en un bar me dijeron que el mago había encontrado otra ayudante y se había ido con ella a recorrer el Casanare.
Volví al hotel y me corté las venas. Me desperté en un hospital y una semana después apareció él, con un ramo de flores. Me dijo que todo había sido un error, que me iba a recompensar por el sufrimiento que me había causado.
Me llevó a un apartamento lujoso, con tina de porcelana y balcón de mármol. Acá lo espero cuando sale de correría.
Mi madre me visita cuando él no está e insiste en que los magos sólo aman su magia y que lo mejor es que vuelva con ella a casa. Yo creo que mi mamá tiene envidia o está loca porque dice que vivo en una pocilga, que mis gatos son ratas repugnantes, que los pájaros que alegran con sus trinos mis oídos son murciélagos que cuelgan del techo y que los manjares que devoro son sobras recogidas del basurero.


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