sábado, 18 de marzo de 2023

Esa otra clase de soledad. George R. R. Martin.

18 de junio

Mi relevo ha salido hoy de la Tierra.

Aún tardará tres meses en llegar aquí, claro, pero el caso es que está en camino.

Hoy ha despegado del Cabo, igual que despegué yo hace cuatro largos años. En la estación Komarov tomará una nave a la Luna y luego transbordará en su órbita, en la estación Espacio Profundo. Allí es donde empezará de verdad su viaje. Hasta entonces será como si no hubiese salido de su casa.

Solo lo notará de veras cuando la Caronte se desprenda de la estación Espacio Profundo y se adentre en la noche; solo entonces, cuando pierda de vista la Tierra y la Luna, lo sentirá como lo sentí yo hace cuatro años. Ya sabe que no hay vuelta atrás, claro, lo sabe desde que parte, pero saberlo y sentirlo son cosas muy distintas. Y será entonces cuando lo sienta.

Hará una escala en la órbita de Marte para enviar suministros a Burroughs City y luego hará otras paradas en el cinturón. Pero, después, la Caronte empezará a acelerar. Ya irá muy deprisa al llegar a Júpiter, y después más aún, porque utilizará la gravedad del planeta gigante para incrementar la aceleración y saldrá disparada como lanzada por una honda.

La Caronte ya no hará más paradas hasta que llegue a mí, aquí, en el anillo estelar de Cerbero, nueve millones de kilómetros más allá de Plutón.

Mi relevo tendrá mucho tiempo para pensar. Como lo he tenido yo.

A día de hoy, cuatro años después, sigo pensando. Claro que no hay mucho más que hacer por aquí. Las naves del anillo no son muy frecuentes, y al cabo de cierto tiempo se harta uno de las películas, la música y los libros, así que se pone a pensar. Piensa en el pasado y sueña con el futuro, y trata de mantener a raya la sensación de soledad y el aburrimiento para no volverse loco.

Han pasado cuatro largos años, pero esto está tocando a su fin. Será estupendo volver. Quiero caminar de nuevo por la hierba, ver las nubes y comerme un helado.

Pese a todo, no me arrepiento de haber venido. Creo que estos cuatro años a solas en la oscuridad me han sentado bien. No dejé atrás gran cosa. Ahora mismo, mi vida en la Tierra me parece muy lejana, pero aún me acuerdo de ella si hago un esfuerzo. Mis recuerdos no son especialmente gratos. Por aquel entonces, estaba bastante jodido.

Necesitaba tiempo para pensar, y de eso aquí sobra. El hombre que vuelva en la Caronte no será el mismo que el que llegó hace cuatro años. Me crearé una nueva vida en la Tierra. Sé que lo lograré.







20 de junio.

Hoy ha habido nave.

No sabía que venía, claro. Nunca sé cuándo van a llegar. Las naves del anillo no vienen con regularidad, y los tipos de energía con los que habitualmente trabajo aquí convierten las señales de radio en un caos de chisporroteos ininteligibles. Los escáneres de la estación han captado la llegada de la nave y me han informado antes de que superara la barrera de la estática.

Era una nave del anillo, sin lugar a dudas. Mucho más grande que las carracas viejas y oxidadas como la Caronte, con un grueso blindaje para soportar la tensión del vórtice de espacio nulo. Se acercaba en línea recta y sin la menor intención de desacelerar.

Cuando me dirigía hacia la sala de control para conectarme, me ha asaltado un pensamiento. Tal vez fuera la última. Tal vez no, claro; aún quedan tres meses, tiempo más que suficiente para que llegue una docena de naves. Pero nunca se sabe. Como he dicho, las naves del anillo no son regulares.

Sin saber por qué, me he inquietado. Las naves han formado parte de mi vida durante cuatro años, una parte nada despreciable. La de hoy bien podría haber sido la última. Y, por si acaso, he querido saborearlo al máximo. He querido recordarla. Y con razón, creo yo. Las naves, cuando llegan, hacen que todo valga la pena.

La sala de control es el centro de mis dependencias. Es el centro de todo; allí se juntan los nervios, los tendones y los músculos de la estación. Pero la verdad es que no resulta muy impresionante. La habitación en sí es pequeña, y cuando la puerta se cierra, no hay más que las paredes, el techo y el suelo, todo de un blanco soso.

En la habitación solo hay una cosa: un panel de control en forma de herradura que circunda un sillón mullido.

Me he sentado en el sillón, quizá por última vez. Me he atado las correas y me he puesto los auriculares y el casco. He tocado los mandos y los he activado.

Y la habitación ha desaparecido.

Todo se hace con hologramas, claro; ya lo sé. Pero cuando estoy sentado en el sillón me da igual. Ya no estoy dentro, sino fuera, en el vacío. El panel de control y el sillón siguen en su sitio, pero todo lo demás desaparece. Una oscuridad dolorosa lo envuelve todo, por encima de mí, por debajo, a mi alrededor. El sol lejano es solo una estrella más, y todas las estrellas están muy lejos.

Siempre es así. Hoy ha sido así. En cuanto he apretado el interruptor, me he quedado solo en el universo con las frías estrellas y el anillo. El anillo estelar de Cerbero.

Veía el anillo desde fuera, desde arriba. Es una construcción gigantesca, lo juro, pero desde fuera no parece gran cosa. Lo engulle la inmensidad que lo rodea, y no es más que un fino hilo de plata perdido en la negrura.

Pero sé que no es verdad. El anillo es enorme. Mis dependencias solo ocupan un grado del gran círculo que constituye, cuyo diámetro mide más de ciento cincuenta kilómetros. El resto son circuitos, sensores y acumuladores de energía. Y motores, los pacientes motores de espacio nulo.

El anillo giraba en silencio debajo de mí; su punto más lejano se perdía en la nada. Tras pulsar un interruptor del panel, los motores del espacio nulo se han despertado a mis pies.

En el centro del anillo ha nacido una nueva estrella.

Al principio no era más que un punto diminuto en medio de la oscuridad. La de hoy era verde, de un verde vivo. Pero no siempre es así ni dura mucho. El espacio nulo tiene mucho colores.

Si hubiera querido, en aquel momento podría haber visto el punto más lejano del anillo. Brillaba con luz propia. Los motores en espacio nulo, recién activados, bombeaban hacia el interior cantidades inimaginables de energía para agrandar el agujero ya existente en la urdimbre del espacio.

El agujero estaba allí mucho antes de que existiera Cerbero, mucho antes de que existiera el ser humano. Los hombres lo encontraron por casualidad cuando llegaron a Plutón, y construyeron el anillo estelar en torno a él. Más adelante encontraron dos agujeros más y construyeron otros anillos.

Los agujeros son pequeños, demasiado pequeños. Pero pueden agrandarse. De manera temporal y al precio de cantidades ingentes de energía, es posible abrirlos más. Hay que bombear energía pura a través de aquel agujerito casi invisible del universo hasta que la plácida superficie del espacio nulo se agita y se recoge, y se forma el vórtice.

Y eso ha sido lo que ha pasado.

La estrella del centro del anillo ha engordado y se ha extendido. Era un disco palpitante, no una esfera, y era la cosa más brillante del cielo. Se hinchaba a ojos vistas. Del disco verde que giraba han surgido lanzas como llamas anaranjadas, luego han retrocedido, y han brotado tentáculos azulados. El verde centelleaba con motas rojas que crecían y se fundían. Todos los colores han empezado a mezclarse.

La estrella plana multicolor ha doblado su tamaño; después lo ha vuelto a doblar, y luego, otra vez. En unos minutos ha pasado de no existir a llenar el anillo. Lamía las paredes plateadas y las abrasaba con su energía aterradora. Se ha puesto a girar cada vez más deprisa, como un remolino en el espacio, un torbellino de llamas y luz.

El vórtice. El vórtice de espacio nulo. La tormenta aullante que no es tormenta ni aúlla, porque en el espacio no hay sonido.

La nave del anillo se le ha acercado. Al principio no era más que una estrella en movimiento, pero enseguida ha cobrado forma, tan deprisa que mis ojos humanos apenas han podido percibir el cambio. Se ha convertido en una bala oscura de plata en la negrura, una bala disparada contra el vórtice. Con buena puntería. La nave ha ido a dar muy cerca del centro del anillo. El caos de colores se ha cerrado sobre ella.

He accionado los controles. El vórtice se ha esfumado en casi menos tiempo del que ha tardado en aparecer. También la nave ha desaparecido, claro. Me he quedado solo otra vez, solo con el anillo y las estrellas.

He pulsado otro interruptor y de nuevo me he encontrado en la blanca sala de control. Me he desabrochado las correas, quién sabe si por última vez.

En cierto modo deseo que no sea así. Jamás había imaginado que echaría de menos este lugar, pero así es. Echaré de menos las naves del anillo. Echaré de menos momentos como el de hoy.

Ojalá tenga más ocasiones de ver naves del anillo antes de marcharme para siempre. Quiero volver a sentir cómo los motores de espacio nulo despiertan al dictado de mis órdenes, quiero flotar entre las estrellas mientras veo bulllir el vórtice. Por lo menos una vez más. Antes de partir.







23 de junio

Esa nave del anillo me ha dado en qué pensar. Más que de costumbre.

Es raro. Con todas las naves que he visto cruzar el vórtice, nunca se me había ocurrido que sería interesante ir a bordo de una. Al otro lado del espacio nulo hay todo un mundo nuevo: Segunda Oportunidad, un planeta verde y rico de una estrella tan lejana que los astrónomos aún no saben si está en nuestra misma galaxia. Es lo que tienen los agujeros: no se sabe adónde llevan hasta que se cruzan.

De niño leí mucho sobre viajes interestelares. La mayoría de la gente pensaba que eran irrealizables, pero quienes creían en ellos siempre decían que Alfa Centauri sería el primer sistema que exploraríamos y colonizaríamos. Porque era el más cercano, bla, bla, bla. Qué equivocados estaban: nuestras colonias orbitan en torno a soles que no vemos. No creo que lleguemos jamas a Alfa Centauri.

No sé por que, pero nunca he pensado en las colonias como algo que tuviera que ver conmigo. Sigo sin ser capaz. La Tierra es el lugar donde fracasé, así que tiene que ser el lugar donde triunfe. Las colonias no serían más que otra manera de huir.

¿Como Cerbero?




26 de junio

Hoy ha habido nave. Así que la anterior no fue la última. ¿Lo será esta?




29 de junio

¿Qué hace que una persona se ofrezca para un trabajo como este? ¿Por qué quiere alguien ir a un anillo de plata a nueve millones de kilómetros de Plutón para vigilar un agujero en el espacio? ¿Por qué perder cuatro años de vida a solas en la oscuridad?

¿Por qué?

Eso me preguntaba en los viejos tiempos. Entonces no tenía respuesta. Ahora creo que sí. Hubo un momento en que lamenté amargamente el impulso que me había traído aquí. Ahora creo que lo entiendo.

No fue un impulso. Hui a Cerbero. Hui. Hui para escapar de aquella soledad.

¿Que no tiene lógica?

Claro que sí. Sé qué es la soledad. Jamás en la vida me ha abandonado. Que yo recuerde, siempre he estado solo.

Pero hay dos clases de soledad.

La mayoría de las personas no percibe la diferencia. Yo sí. He experimentado las dos.

Se habla y se escribe mucho sobre la soledad que sufre el hombre en los anillos estelares. Los faros del espacio y todo eso. Y es verdad.

Hay momentos aquí, en Cerbero, en los que creo que soy el único hombre de todo el universo, que la Tierra no fue más que un sueño febril y que las personas que recuerdo solo son creaciones de mi mente.

Hay momentos en los que deseo tanto hablar con alguien que grito y aporreo las paredes. Hay momentos en los que el aburrimiento se me mete debajo de la piel y casi me vuelve loco.

Pero también hay otros momentos. Cuando llegan las naves del anillo. Cuando salgo al exterior a hacer reparaciones. O cuando me siento en el sillón de control e imagino que estoy fuera en la oscuridad, contemplando las estrellas.

¿Soledad? Sí. Pero es una soledad solemne, meditativa y trágica; una soledad que se odia apasionadamente, pero también se ama con tal intensidad que siempre se desea más.

Y luego está esa otra clase de soledad.

Para esa otra soledad no hace falta estar en el anillo estelar de Cerbero. Puede encontrarse en cualquier lugar de la Tierra. Lo sé muy bien, porque yo la encontraba allá adonde iba, en todo lo que hacía.

Es la soledad de las personas atrapadas en sí mismas, la soledad de quien ha dicho lo que no debía tantas veces que ya no tiene valor para decir nada más.

Una soledad que no viene de la distancia, sino del miedo.

La soledad de los que se sientan a solas en una habitación amueblada de una ciudad atestada porque no tienen adónde ir ni con quién hablar. La soledad de los que van a los bares para conocer a alguien y se dan cuenta de que no saben siquiera entablar una conversación, de que no tendrían valor para empezarla aunque supieran.

No hay grandeza alguna en esa clase de soledad. No tiene objeto ni poesía. Es una soledad sin sentido. Es triste, es sórdida, es patética y hiede a autocompasión.

Sí, a veces duele estar solo entre las estrellas.

Pero aún duele más estar solo en una fiesta. Mucho más.




30 de junio

Leo la anotación de ayer. ¡Eso sí que es autocompasión!




1 de julio

Leo la anotación de ayer. Mi máscara de frivolidad. Han pasado cuatro años y todavía me resisto a ser sincero conmigo miso. Eso no está bien. Si quiero que las cosas vayan de otra manera esta vez, tengo que comprenderme.

Así pues, ¿por qué me burlo de mí mismo cuando reconozco que me siento solo y vulnerable? ¿Por qué me cuesta tanto admitir que me daba miedo la vida? Esto no va a leerlo nadie. Escribo para mí y sobre mí.

Entonces, ¿por qué hay tantas cosas que no soy capaz de decir?




4 de julio

Hoy no ha habido nave del anillo. Lástima. Jamás hubo en la Tierra fuegos artificiales comparables al vórtice de espacio nulo. Me apetecía un poco de fiesta.

Pero ¿por qué llevo un calendario terrestre aquí, donde los años son siglos, y las estaciones, un recuerdo difuso? Julio es igual que diciembre. ¿De qué me sirve?




10 de julio

Anoche soñé con Karen, y ahora no puedo quitármela de la cabeza.

Creía haberla enterrado hace mucho. Al fin y al cabo, no fue más que una ilusión. Sí, claro, yo le gustaba. Puede que hasta me quisiera. Pero no más que a otra media docena de tíos. Yo no era especial para ella, y ella nunca supo lo especial que era para mí.

Ni tampoco cuánto deseaba ser especial para ella. O para alguien, en alguna parte.

Así que la elegí. Pero no fue más que una ilusión. En mis momentos más racionales, yo lo sabía. No tenía por qué sentirme dolido; no tenía ningún derecho sobre ella.

Pero en mis ensoñaciones creía tenerlo, y sí, me sentí dolido. Fue culpa mía, no suya.

Karen jamás habría hecho daño a nadie de manera consciente. Sencillamente, no se dio cuenta de lo frágil que era yo.

Seguí soñando aquí fuera, los primeros años. Soñaba que ella cambiaba de opinión. Que estaría esperándome. Etcétera.

Pero eran fantasías, nada más; fantasías donde se cumplían mis deseos. Después conseguí aceptar la situación. Ahora sé que no me está esperando. No me necesita; nunca me necesitó. Yo no era más que un amigo.

Por eso no me gusta soñar con ella. Es malo. Pase lo que pase, cuando vuelva no debo buscar a Karen. Tengo que empezar de cero. Tengo que encontrar a una mujer que me necesite. Y no la encontraré si me dedico a recuperar mi antigua vida.




18 de julio

Ha pasado un mes desde que mi relevo salió de la Tierra. La Caronte debe de estar ya en el cinturón. Quedan dos meses.




23 de julio

Pesadillas. Que Dios me ayude.

Vuelvo a soñar con la Tierra. Y con Karen. Es un no parar. Todas las noches lo mismo.

Tiene gracia que diga que Karen es una pesadilla. Hasta ahora siempre había sido un sueño, un sueño hermoso, con su pelo largo y suave, su risa y esa forma encantadora que tenía de sonreír. Pero aquellos sueños eran una fantasía, una forma de satisfacer mis deseos. En los sueños, Karen me necesitaba, me deseaba, me amaba…

Las pesadillas, en cambio, tienen el sabor amargo de la vedad. Son todas iguales. Siempre son de aquella última noche que Karen y yo pasamos juntos.

Me lo pasé bien, como siempre. Cenamos en uno de mis restaurantes favoritos y fuimos a un espectáculo. Charlamos la mar de bien sobre mil cosas. Nos reímos.

Más tarde, en su casa, volví a la realidad. Recuerdo lo estúpido que me sentí cuando intenté decirle cuánto significaba para mí, mi torpeza al hablar, cómo se me enredaban las palabras…, lo mal que expresé tantas cosas.

Recuerdo cómo me miró entonces. De una manera extraña. Cómo trató de desilusionarme. Con suavidad. Ella era así, amable. La miré a los ojos y escuché su voz, pero no encontré en ella amor ni necesidad. Solo…, solo compasión, supongo.

Compasión hacia un pobre imbécil que balbuceaba, un tipo que había visto la vida pasar sin atreverse a tocarla. No porque no quisiera, sino porque le daba miedo y no sabía cómo. Ella había encontrado a aquel imbécil y lo había amado, a su manera; amaba a todo el mundo. Había tratado de ayudarlo, de darle un poco de confianza, parte del valor con el que ella se enfrentaba a la vida. Y hasta cierto punto lo había logrado.

Pero no lo suficiente. Al imbécil le gustaba fantasear sobre el día en que ya no estaría solo. Y cuando Karen trató de ayudarlo, creyó que su fantasía se había hecho realidad. O se engañó para creerlo. El imbécil sospechaba la verdad en todo momento, claro, pero prefirió engañarse.

Y por fin llegó el día en que no pudo seguir engañándose, pero continuaba siendo vulnerable, y salió herido. No era de los que se encallecían con facilidad. No tuvo valor para intentarlo con otra persona y huyó.

Espero que las pesadillas cesen. No puedo soportarlas noche tras noche. No soporto revivir aquel rato, en el piso de Karen.

He estado aquí fuera cuatro años. Me he estudiado con severidad. He cambiado lo que no me gustaba de mí, o al menos lo he intentado. He tratado de encallecerme, de confiar en mí para enfrentarme a los rechazos que tendré que sufrir antes de que alguien me acepte. Ahora me conozco muy muy bien, y sé que solo he conseguido una parte. Siempre habrá cosas que duelan, cosas a las que no podré enfrentarme como me gustaría. Entre esas cosas están los recuerdos de aquel último rato con Karen. Dios, ojalá se acaben las pesadillas.




26 de julio

Más pesadillas. Por favor, Karen. Yo te quería. Déjame en paz, por favor.




29 de julio

Ayer vino una nave del anillo, menos mal. Me hacía mucha falta. Me sirvió para dejar de pensar en la Tierra y en Karen. Y anoche, por primera vez en una semana, no tuve pesadillas. Soñé con el vórtice de espacio nulo, con el fragor de la tormenta silenciosa.




1 de agosto.

Las pesadillas han vuelto. Ya no solo sale Karen; también asoman recuerdos más antiguos. Infinitamente menos importantes, pero dolorosos de todas formas. Todas las tonterías que he dicho, todas las chicas a las que no he conocido, todas las cosas que no he llegado a hacer.

Mal. Mal. Tengo que recordarme constantemente que ya no soy así. Tengo un nuevo yo, un yo forjado a nueve millones de kilómetros de Plutón. Un yo de acero, estrellas y espacio nulo, firme y rebosante de confianza y aplomo. Que no teme a la vida.

He dejado el pasado atrás. Pero aún duele.




2 de agosto

Hoy ha habido nave. Sigo con pesadillas. Mierda.




3 de agosto

Anoche no tuve pesadillas. Es la segunda vez que me pasa: duermo bien las noches después de abrir el agujero para una nave del anillo. (¿Día? ¿Noche? ¡Aquí, eso son bobadas! Pero sigo escribiéndolas como si tuvieran sentido. Cuatro años no han bastado para borrar la Tierra de mí.) Puede que sea el vórtice lo que espanta a Karen. Pero yo nunca había querido ahuyentar a Karen. Además, no quiero depender de muletas emocionales.




13 de agosto

Hace pocas noches llegó otra nave, y después no tuve pesadillas. ¡Causa y efecto!

Intento combatir los recuerdos. Pienso en otras cosas de la Tierra, en los buenos tiempos. Los hubo, de veras, y cuando regrese los volverá a haber. ¡Pues claro que sí! Estas pesadillas son una tontería. No permitiré que continúen. Con Karen compartí otras cosas, muchas cosas que me gustaría recordar. ¿Por qué no soy capaz?




18 de agosto

La Caronte está a un mes de viaje. ¿Quién será mi relevo? ¿Qué lo habrá empujado a venir aquí?

Sigo soñando con la tierra. NO, con la Tierra no. Sueño con Karen. ¿Qué ocurre? ¿Ahora me da miedo hasta escribir su nombre?




20 de agosto

Hoy ha habido nave. Después de que pasara, me he quedado fuera mirando las estrellas. Durante horas. Mientras estaba allí no me ha parecido tanto tiempo.

Qué precioso es todo esto. Solitario, sí. Pero ¡qué soledad tan magnífica! Uno está a solas con el universo, con las estrellas diseminadas a los pies y en torno a la cabeza.

Cada estrella es un sol, pero parecen frías. Empiezo a tiritar perdido en la inmensidad, preguntándome cómo nació todo esto, qué significa.

Espero que mi relevo, sea quien sea, sepa valorar esto como se merece. Muchos no querrían o no sabrían. Gente que camina de noche sin levantar la mirada al cielo. Espero que mi relevo no sea así.




24 de agosto

Cuando vuelva a la Tierra buscaré a Karen. Tengo que buscarla. ¿Cómo quiero que las cosas sean diferentes si ni siquiera soy capaz de reunir valor para buscarla? Y van a ser diferentes. De modo que debo enfrentarme a Karen y demostrar que he cambiado. Que he cambiado de verdad.




25 de agosto

Qué tonterías pensé ayer. ¿Cómo voy a enfrentarme a Karen? ¿Qué le diría? No haría más que engañarme a mí mismo y acabaría quemándome otra vez. No. No debo ver a Karen. Mierda, si no puedo soportar ni los sueños…




30 agosto

Últimamente he estado bajando bastante a la sala de control y conectándome al exterior. No ha habido naves, pero salir hace que se me difuminen los recuerdos de la Tierra. Cada vez estoy más seguro de que echaré de menos Cerbero. Dentro de un año estaré otra vez en la Tierra, miraré el cielo nocturno y recordaré cómo brillaba el anillo plateado a la luz de las estrellas. Lo sé.

Y el vórtice. Recordaré el vórtice, cómo giraban y se mezclaban los colores, cada vez de manera distinta.

Lástima que no sea un entusiasta de los holos. En la Tierra ganaría una fortuna con una grabación del vórtice cuando gira. El ballet del vacío. ¿Cómo es que no se le ha ocurrido a nadie?

Puede que se lo sugiera a mi relevo. Si le interesa, tendrá algo con que llenar las horas. Espero que le interese. La Tierra se enriquecería si alguien llevara una grabación.

Lo haría yo mismo, pero el equipo que tengo no es adecuado, y no me queda tiempo para adaptarlo.




4 de septiembre

He salido todos los días de esta semana. Ni rastro de pesadillas. Solo sueño con la oscuridad, salpicada de los colores del espacio nulo.




9 de septiembre

Sigo saliendo y absorbiéndolo todo. Falta poco, cada vez menos, para que lo pierda. Para siempre. Siento como si tuviera que aprovechar hasta el último segundo. He de memorizar las cosas tal como son aquí, en Cerbero, para conservar en mi interior el recuerdo de tanta belleza y maravilla cuando vuelva a la Tierra.




10 de septiembre

hace mucho que no llega una nave. ¿Se acabó? ¿Habré visto ya la última?




12 de septiembre

No ha llegado ninguna nave, pero he salido y he activado los motores para oír el rugido del vórtice.

¿Por qué escribo siempre sobre el rugido y el aullido del vórtice? En el espacio no hay sonidos. No oigo nada. Pero lo veo. Y ruge. Juro que ruge.

Los sonidos del silencio. Pero no en el sentido en que lo decían los poetas.




13 de septiembre

Otra vez he contemplado el vórtice, aunque no ha llegado ninguna nave.

Nunca lo había hecho, y ahora van dos veces. Está prohibido. En términos de energía, el coste es elevadísimo, y Cerbero se nutre de energía. ¿Por qué lo hago?

Es como si no quisiera separarme del vórtice. Pero he de hacerlo. Ya falta poco.




14 de septiembre

¡Idiota, idiota, idiota! ¿Dónde tengo la cabeza? La Caronte llegará en menos de una semana y no he hecho más que mirar embobado las estrellas como si no las hubiera visto nunca. No he recogido mis cosas y tengo que organizar los registros para mi relevo, además de arreglar un poco la estación.

¡Soy idiota! ¿Por qué pierdo el tiempo escribiendo este puñetero cuaderno?




15 de septiembre

Casi he terminado de preparar el equipaje. He descubierto algunas cosas extrañas. Cosas que intenté esconder los primeros años. Por ejemplo, mi novela. La escribí durante los seis primero meses y me parecía excelente. Me moría por volver a la Tierra para venderla y convertirme en un señor autor. Sí, ya. La releí un año más tarde, y era una mierda.

También he encontrado una foto de Karen.




16 de septiembre

Hoy me he llevado una botella de whisky y un vaso a la sala de control, los he dejado en el panel y me he abrochado las correas. He brindado por la negrura, las estrellas y el vórtice. Los echaré de menos.




17 de septiembre

Un día. Según mis cálculos solo falta un día, y estaré de camino a casa para empezar una nueva vida. Si es que tengo valor para vivirla.




18 de septiembre

Casi es medianoche. Ni rastro de la Caronte. ¿Qué pasa?

Probablemente nada. Las fechas no son exactas, a veces hay hasta una semana de diferencia. ¿Por qué me preocupo? ¡Diantres, si yo mismo llegué tarde! A saber qué se imaginaría el pobre tipo al que vine a reemplazar.




20 de septiembre

La Caronte tampoco llegó ayer. Cuando me cansé de esperar, cogí la botella de whisky y fui a la sala de control. Y salí. Para brindar otra vez por las estrellas. Y el vórtice… Desperté al vórtice, lo hice arder y brindé por él.

Muchos brindis. Me acabé la botella. Y hoy tengo tanta resaca que me parece que no llegaré a la Tierra. Fue una estupidez. La tripulación de la Caronte pudo ver los colores del vórtice. Si mandan un informe sobre mí, me retendrán una fortuna del montón de dinero que me espera cuando llegue a la Tierra.




21 de septiembre

¿Dónde se ha metido Caronte? ¿Le habrá pasado algo? ¿Viene o no?




22 de septiembre

He vuelto a salir.

Dios, qué hermoso es; tan solitario, tan vasto… Cautivador, esa es la palabra. Es de una belleza cautivadora. A veces tengo la sensación de que soy idiota por marcharme. Estoy cambiando la eternidad por una pizza, un polvo y una palabra cariñosa.

¡No! ¿Qué diantres estoy escribiendo? No. Voy a volver, claro que sí. Necesito la Tierra, echo de menos la Tierra, quiero ir a la Tierra. Y, esta vez, todo será diferente.

Encontraré a otra Karen, y esta vez no la cagaré.




23 de septiembre

Estoy enfermo. Dios, estoy enfermo. Qué cosas se me han pasado por la cabeza… Creía que había cambiado, pero ya no estoy seguro. Me descubro pensando en quedarme, en renovar para otro periodo. No quiero. No. pero me parece que aún me da miedo la vida, la Tierra, todo.

Date prisa, Caronte, date prisa, antes de que cambie de opinión.




24 de septiembre

¿Karen o el vórtice? ¿La Tierra o la eternidad?

Maldita sea, ¿cómo se me puede pasar eso por la cabeza? ¡Karen! ¡La Tierra! Tengo que ser valiente, tengo que arriesgarme a sufrir, tengo que probar la vida.

No soy una piedra. Ni una isla. Ni una estrella.




25 de septiembre

No hay rastro de la Caronte. Una semana entera de retraso. Son cosas que pasan. Pero no a menudo. Llegará pronto. Lo sé.




30 de septiembre

Nada. Todos los días observo y espero, presto atención a los sensores, salgo a mirar, voy y vengo por el anillo… Pero nada. Ninguna nave se había retrasado tanto. ¿Qué ha pasado?




3 de octubre

Hoy ha habido nave. No era la Caronte. Al principio, cuando los sensores la han detectado, he creído que era ella. He pegado un grito que casi despierta al vórtice. Pero luego la he mirado y se me ha encogido el corazón. Era demasiado grande, y venía directa, sin aminorar la velocidad.

He salido y le he abierto el paso. Luego me he quedado fuera mucho rato.




4 de octubre

Quiero irme a casa. ¿Dónde están? No lo entiendo. No lo entiendo.

No pueden dejarme aquí. No pueden. No me dejarán aquí.




5 de octubre

Ha habido nave hoy. Otra nave del anillo. Antes las esperaba con ansiedad. Ahora las detesto porque no son la Caronte. Pero le he abierto el paso.




7 de octubre

He deshecho el equipaje. Es una tontería andar sacando mis cosas cada vez que las necesito mientras no sepa si la Caronte va a venir ni cuándo.

Pero sigo esperándola. La aguardo. Vendrá. Lo sé. Solo se ha retrasado. Tal vez haya habido una emergencia en el cinturón. Puede haber mil causas.

Mientras, hago cosas por el anillo. No llegué a ponerlo a punto para mi relevo. Estaba demasiado ocupado contemplando las estrellas, en lugar de cumplir con mi deber.




8 de octubre (o por ahí)

Oscuridad y desesperación.

Ya sé por qué no ha llegado la Caronte. No le tocaba. El calendario estaba mal. Estamos en enero, no en octubre., Hace meses que no vivo en el día que es. Hasta celebré el 4 de Julio el día equivocado.

Lo descubrí ayer mientras hacía tareas en el anillo. Quería asegurarme de que todo funcionaba a la perfección para cuando llegara mi relevo.

Pero no habrá ningún relevo.

La Caronte llegó hace tres meses.

Y yo… la destruí.

Un delirio. Fue un delirio. Yo deliraba; estaba enfermo, desquiciado. Me di cuenta al instante. ¿Qué había hecho? Dios. Grité horas y horas sin parar.

Y después atrasé el calendario y lo olvidé. Puede que de manera deliberada. Puede que no soportara recordarlo. No lo sé. Solo sé que lo olvidé.

Pero ahora lo recuerdo. Ahora lo recuerdo todo.

Los sensores me habían avisado de que se acercaba la Caronte. Yo estaba fuera, esperando, observando… Tratando de llenarme los ojos de estrellas y la oscuridad para no olvidarlas nunca.

La Caronte se aproximó surcando aquella oscuridad. En comparación con las naves del anillo, parecía muy lenta. Y tan pequeña… Era mi salvación, mi relevo, pero parecía frágil, estúpida y fea. Sórdida. Me recordaba a la Tierra.

Descendió sobre el anillo hacia el punto de anclaje, hacia las compuertas de la sección habitable de Cerbero. Qué lenta… La vi acercarse, y de pronto me pregunté qué iba a decir a los tripulantes y a mi relevo. ¿Qué pensarían de mí? Se me hizo un nudo en el estómago y empecé a sentir un extraño cosquilleo.

Y, de pronto, no pude soportarlo. De pronto, la Caronte me dio miedo. De pronto la odié.

Así que desperté al vórtice.

Una llamarada roja si dividió en lenguas amarillas, creció vertiginosamente y disparó rayos verdiazulados. Uno pasó cerca de la Caronte. Y la nave tembló.

Ahora me digo que no sabía lo que hacía. Pero sí que sabía que la Caronte carecía de blindaje. Sabía que no soportaría la energía del vórtice. Lo sabía.

La Caronte era muy lenta, y el vórtice, muy rápido. En dos segundo, el torbellino la alcanzó. En tres la engulló.

Desapareció al instante. No sé si se derritió, estalló o se desintegró. Pero sé que no pudo sobrevivir. El caso es que no hay sangre en mi anillo estelar. Los restos están al otro lado del espacio nulo. Si es que hay restos.

El anillo y la oscuridad tenían el mismo aspecto de siempre.

Por eso fue tan fácil olvidarlo. Y mi deseo de olvidar debió de ser aplastante.

¿Y ahora? ¿Qué hago ahora? ¿Lo averiguarán en la Tierra? ¿Llegará algún día un relevo? Quiero volver a casa.

Karen…




18 de junio

Mi relevo ha salido hoy de la Tierra.

Al menos, eso creo. El calendario de la pared no funcionaba, así que no sé la fecha con exactitud. Pero ya lo he reparado.

Bueno, no creo que haya estado parado más de unas horas; me habría dado cuenta. Así que mi relevo está en camino. Tardará tres mese en llegar, claro.

Pero al meno está en camino.

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