Avisaban de las cazas en las
Tierras Soberanas de Sedán, y una doncella llamada Clemence avisó
al postillón de los trompeteros diciéndole:
-¡Si
encontráis al ciervo lucero, avisadme, que es el hijo de mi señor y
mi enamorado!
El
ciervo lucero acudió al aviso, y el postillón mandó recado a la
doncella. Vino Clemence al bosque, y el ciervo lucero le besó las
manos.
-¿Cómo
os desencantaré? -lloraba Clemence.
-No
lo sé -dijo el ciervo en buen francés-. Pero, si me amáis, puedo
encantaros de cierva y correremos por el bosque.
Accedió
Clemence, se tornó cierva lucera, y al galope con su amor entró en
el robledal. Por eso en las Tierras Soberanas hay que preguntarle al
ciervo si es persona o animal, cuando comienzan las cazas de otoño.
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