La convivencia en vecindad siempre
es difícil y yo, según afirman todos, soy muy rara. Se quejan de
todo lo que hago: que si la ropa chorrea, que si el gato maúlla, que
si el niño se desliza por la barandilla de la escalera, que si, que
si...
La
última protesta ha sido porque mis comidas huelen de manera
diferente y humean en exceso. Puede que sea rara, no lo niego, pero
también soy de las que encuentra una solución para los problemas.
Si
la ropa chorrea, coloco un plástico debajo; que el gato maúlla, le
pongo una mascarilla con efecto de sordina; que el niño quiere bajar
aprisa, lo descuelgo con una cesta por el balcón hasta la calle. Con
el asunto de las comidas, no iba a ser diferente. La solución que
encontré ha sido efectiva, porque cada vez se quejan menos. En estos
momentos solo me quedan cinco vecinos: el matrimonio del primero, las
dos viejecitas del segundo y la renegona del tercero.
El
que menos humeó fue el portero. A la del tercero la guardo para el
final.
Después
de eso tenderé la ropa sin plástico y el gato podrá maullar a su
antojo.
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