En el campo amanece siempre mucho
más temprano.
Eso
lo saben bien los mirlos.
Pero
tiene que pasar un buen rato desde que surge la primera luz hasta que
aparece definitivamente el sol. Manda siempre el astro en avanzadilla
una difusa claridad para que vaya explorando el terreno palmo a
palmo, para que le informe antes de posibles sobresaltos o
altercados. Luego, cuando ya tiene constancia de que todo está en
orden, tal como quedó en la tarde previa, se atreve por fin a salir.
Su buen trabajo le cuesta después recoger toda la claridad que
derramó primero. Por eso se ve obligado a subir tan alto o antes de
caer, para que le dé tiempo a absorber toda esa luz y no dejar
ninguna descarriada cuando se vuelva a hundir por el oeste.
Luego
en el campo, paradójicamente, se hace de noche también muy pronto.
Los
mirlos apagan sus picos naranjas y se confunden con el paisaje.
Y
agradecido yo, me descuelgo y salgo.
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