martes, 30 de mayo de 2023

Libro del desasosiego, [Fragmento 117]. Fernando Pessoa.

La mayoría de las personas padecen de no saber decir lo que piensan y ven. Dicen que no hay nada más difícil que definir en palabras una espiral: es necesario, dicen, dibujar en el aire, con la mano y sin literatura, el gesto ascendente y ordenadamente enrollado con el que aquella figura abstracta de los muelles o de algunas escaleras se manifiesta a nuestros ojos. Pero, siempre que nos acordemos de que decir es renovar, podremos definir sin dificultad una espiral: es un círculo que sube sin llegar nunca a acabarse. Sé muy bien que la mayor parte de la gente no se atrevería a definirla así, porque supone que definir es decir lo que los otros quieren que se diga, y no lo que es preciso decir para definir. Lo diré de otro modo: una espiral es un círculo virtual que se desdobla subiendo sin nunca realizarse por completo. Pero no, la definición sigue siendo abstracta. Buscaré lo concreto, y todo podrá verse: una espiral es una serpiente sin serpiente enroscada verticalmente en torno a nada.
Toda la literatura consiste en un esfuerzo para hacer real la vida. Como todos saben, incluso cuando actúan sin saber, la vida es absolutamente irreal, en su realidad directa; los campos, las ciudades, las ideas, son cosas absolutamente ficticias, hijas de nuestra compleja sensación de nosotros mismos. Son intrasmisibles todas las impresiones salvo si las hacemos literarias. Los niños son muy literarios porque dicen tal como sienten y no tal como debe sentir quien siente según otra persona. Oí una vez a un niño que decía, queriendo decir que estaba a punto de llorar, no " Tengo ganas de llorar", que es lo que diría un adulto, es decir, un estúpido, sino "Tengo ganas de lágrimas". Y esta frase absolutamente literaria, hasta el punto de que resultaría afectada en un poeta célebre , si pudiera llegar a decirla, explica resueltamente la presencia caliente de las lágrimas saltando de los párpados conscientes de la amargura líquida. " ¡Tengo ganas de lágrimas!" Aquel chiquillo supo definir bien su espirar.
¡Decir! ¡Saber decir! ¡Saber existir a través de la voz escrita y de la imagen intelectual! Todo esto es lo que en la vida vale: lo demás son hombres y mujeres, amores supuestos y vanidades ficticias, subterfugios de la digestión y del olvido, gentes removiéndose como bichos cuando se levanta una piedra bajo el enorme pedregal abstracto del cielo azul y sin sentido.

Libro del desasosiego, 1982.

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