“Vaya -se dice con desgano-, lo que me faltaba”. El llanto del bebé le ha hecho detenerse en el rellano de las escaleras. Se pregunta por qué ha tenido que llorar en ese momento. No se decide a regresar. El ascensor está descompuesto y hace un calor de los mil demonios. Se encoge de hombros y sigue bajando. El crío tendrá que arreglárselas solo. Además, ya no le quedan balas.
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