Fui a comprarme un abrazo en las rebajas, pero no tenían mi talla. Sólo había uno rosado y tupido que me quedaba ancho. La vendedora trató de persuadirme para que lo comprara, argumentando que era calentito y muy práctico, porque me permitía llevar mucho sentimiento puesto. Además, por la compra de uno, me regalaban un apretón de manos u otras partes del cuerpo. Sonaba tentador, pero debía pensarlo. Entretanto, fui a otro mostrador a oler las sensaciones de la temporada otoño-invierno, que este año son de tendencia claramente bucólica derrotista, con un dejo de minimalismo bélico. Ojalá me alcance el dinero para alguna mala intención, un par de sospechas y al menos una corazonada.
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