-Anda -dijo Vania, poniendo el
cuaderno encima de la mesa-. Vamos a escribir un cuento.
-Vale
-dijo Lénochka, sentándose en la silla.
Vania
cogió un lápiz y escribió: «Érase una vez un rey...».
En
ese momento Vania se quedó pensativo mirando al techo. Lénochka
echó un vistazo al cuaderno y leyó lo que había escrito Vania.
-Ese
cuento ya existe -dijo Lénochka.
-¿Y
tú cómo lo sabes? -preguntó Vania.
-Lo
sé porque lo he leído -dijo Lénochka.
-¿Y
de qué trata? -preguntó Vania.
-Pues
de un rey que estaba bebiendo té con manzana y de repente se
atragantó, y la reina empezó a darle golpes en la espalda para que
echara el trozo de manzana que se le había quedado en la garganta.
Pero el rey se creyó que la reina le estaba pegando y le dio un
golpe en la cabeza con un vaso. Entonces la reina se enfadó y golpeó
al rey con un plato. Y el rey golpeó a la reina con una escudilla. Y
la reina golpeó al rey con una silla. Y el rey pegó un salto y
golpeó a la reina con una mesa. Y la reina derribó un aparador
encima del rey. Pero el rey salió de debajo del aparador y le lanzó
la corona a la reina. Entonces la reina agarró al rey de los pelos y
lo tiró por la ventana. Pero el rey subió trepando y entró en la
habitación por otra ventana, agarró a la reina y la metió en la
estufa. Pero la reina escapó por el tubo y subió al tejado, después
bajó por el pararrayos hasta el jardín y se coló por la ventana en
la habitación. Mientras tanto, el rey había encendido la estufa
para quemar a la reina. La reina se acercó a hurtadillas y empujó
al rey por la espalda. El rey cayó en la estufa y se abrasó. Ese es
todo el cuento -dijo Lénochka.
-Qué
tontería de cuento -dijo Vania-. Yo quería escribir un cuento
completamente distinto.
-Muy
bien, pues escríbelo -dijo Lénochka.
Vania
cogió el lápiz y escribió: «Érase una vez un bandido...».
-¡Un
momento! -exclamó Lénochka-. ¡Ese cuento ya existe!
-No
lo sabía -dijo Vania.
-Anda,
claro -dijo Lénochka-. ¿De verdad no te sabes la historia de un
bandido, que, tras escapar de los guardias, intentó subirse a un
caballo de un salto, y saltó con tanta fuerza que fue a parar al
suelo por el otro lado? El bandido se enfadó y volvió a saltar
sobre el caballo, pero tampoco esta vez calculó bien el salto, así
que volvió a aterrizar en el suelo por el otro lado. El bandido se
levantó, hizo un gesto de amenaza con el puño, saltó al caballo y
otra vez se pasó de largo y voló hasta el suelo. Entonces el
bandido se sacó una pistola del cinto, disparó al aire y otra vez
saltó al caballo, pero con tanta fuerza que volvió a pasarse de
largo y fue a parar al suelo. Entonces el bandido se quitó el
sombrero, lo pisoteó y volvió a saltar al caballo, y otra vez se
pasó, cayó al suelo y se rompió una pierna. Y el caballo se alejó.
El bandido, cojeando, se acercó rápidamente al caballo y le dio un
puñetazo en la frente. El caballo escapó corriendo. Mientras tanto,
llegaron los guardias, pillaron al bandido y se lo llevaron a la
cárcel.
-Vaya,
entonces tampoco voy a escribir sobre un bandido -dijo Vania.
-¿Y
de qué vas a escribir? -preguntó Lénochka.
-Voy
a escribir un cuento sobre un herrero -dijo Vania.
Y
escribió Vania: «Érase una vez un herrero...».
-¡Pero
si ese cuento también existe! -exclamó Lénochka.
-¿Y
eso? -dijo Vania, y dejó el lápiz.
-Pues
verás -dijo Lénochka-. Érase una vez un herrero. Un día estaba
herrando un caballo, y sacudió el martillo con tanta fuerza que la
cabeza se desprendió del mango, salió volando por la ventana, mató
cuatro palomas, chocó con una torre de bomberos, rebotó, rompió
una ventana de la casa del jefe de bomberos, pasó volando por encima
de la mesa a la que estaban sentados el jefe de bomberos y su mujer,
hizo un boquete en la pared de la casa y fue a parar a la calle. Aquí
derribó una farola, chocó con la nariz de un vendedor de helados y
le dio en la cabeza a Karl Ivánovich Shusterling ¹, que se había
quitado el sombrero un momento para refrescarse el cogote. Tras
golpear en la cabeza de Karl Ivánovich Shusterling, el martillo
rebotó, volvió a chocar con la nariz del vendedor de helados, tiró
de un tejado a dos gatos que estaban enzarzados en una pelea, volcó
una vaca, mató cuatro gorriones volvió volando a la herrería y
fue a introducirse en su mango, que el herrero aún seguía
sosteniendo en su mano derecha. Todo esto ocurrió tan rápido que el
herrero no se dio ni cuenta y siguió herrando el caballo como si
nada.
-O
sea, que el cuento del herrero ya está escrito, así que escribiré
un cuento sobre mí mismo -dijo Vania.
Y
escribió: «Érase una vez un niño que se llamaba Vania...».
-También
hay un cuento que trata de Vania -dijo Lénochka-. Érase una vez un
niño que se llamaba Vania y un día se acercó a…
-Espera
-dijo Vania-, yo lo que quiero es escribir un cuento sobre mí.
-También
hay un cuento que trata de ti -dijo Lénochka.
-¡No
puede ser! -dijo Vania.
-Te
dijo yo que sí -dijo Lénochka.
-¿Y
dónde está escrito? -se sorprendió Vania.
-Pues
mira, compra el número 7 de la revista Chizh² y ahí puedes leer un
cuento que trata de ti -dijo Lénochka.
Vania
compró el número 7 de la revista Chizh y leyó este mismo cuento
que tú acabas de leer.
¹
Es uno de los muchos seudónimos que usó Jarms.
²
Revista ilustrada infantil publicada en Leningrado entre 1930 y 1941
donde colaboró Jarms.
Me llaman capuchino, 2006.
No hay comentarios:
Publicar un comentario