Zhenia Selenia, cinco años
Actualmente
es periodista
Aquel
domingo… 22 de junio…
Fui
con mi hermano a buscar setas. Acababa de empezar la temporada de
boletos. El nuestro era un bosquecillo más bien pequeño; conocíamos
cada arbusto, cada claro, sabíamos dónde y qué setas o frutas
buscar, hasta qué flores había en cada zona. Dónde encontrar
hierba de San Antonio y dónde encontrar hierba amarilla de San Juan.
O brezo… Estábamos ya de vuelta en casa cuando oímos un ruido
atronador. El ruido provenía del cielo. Miramos hacia arriba: había
unos doce o quince aviones… Volaban alto, muy alto; recuerdo pensar
que nuestros aviones nunca habían volado a tanta altura. Se oía el
ruido: «¡Uuuh, uuuh, uuuh!».
En
ese instante vimos a nuestra madre, corriendo hacia nosotros:
lloraba, la voz se le entrecortaba. Ese es el recuerdo que me quedó
del primer día de guerra. Nuestra madre no nos llamaba cariñosamente
como de costumbre, sino que nos gritaba: «¡Hijos! ¡Hijos míos!».
Tenía los ojos grandes, en su cara solo había ojos…
Un
par de días después llegó a nuestro caserío un grupo de soldados
del Ejército Rojo. Polvorientos, sudados, con las bocas resecas…,
bebían con avidez el agua del pozo. Había que ver cómo se
reanimaron de repente… Cómo se iluminaron sus caras cuando en el
cielo aparecieron cuatro aviones soviéticos. Avistamos claramente
las estrellas rojas. «¡Son los nuestros! ¡Son los nuestros!»,
gritábamos junto a los soldados. Pero de pronto surgieron unos
pequeños aviones negros dando vueltas alrededor de nuestros aviones.
Algo crujía, tronaba. El sonido que llegaba a la tierra era raro…
Como si alguien rasgara un hule o un lienzo… Un gran estruendo. Yo
entonces todavía no sabía que así es como se oyen de lejos las
ráfagas de las ametralladoras. Nuestros aviones caían, y detrás de
ellos se veían largas colas rojas, de fuego y humo.¡Catapum! Los
soldados lloraban, no se avergonzaban de sus lágrimas. Yo era la
primera vez… la primera vez… que veía a soldados llorando… En
las películas bélicas que iba a ver al pueblo nunca lloraban.
Unos
días más tarde… Llegó la hermana de mi madre, la tía Katia.
Venía corriendo desde la aldea de Kabakí. Estaba toda negra, daba
miedo mirarla. Nos explicó que los alemanes habían entrado en su
aldea, que habían reunido a todos los militantes del partido y los
habían llevado fuera del pueblo. Allí los ametrallaron. Entre los
fusilados estaba su hermano, el hermano de mamá y la tía Katia,
diputado del sóviet rural. Era un comunista acérrimo.
Recuerdo
perfectamente las palabras de la tía Katia:
—Le
partieron el cráneo, los sesos salieron disparados, yo los recogí
con las manos… Eran muy, muy blancos.
Estuvo
con nosotros dos días. Y siempre relataba lo mismo… Lo repetía
sin parar… En esos dos días todo el pelo se le volvió blanco. Mi
madre se sentaba con la tía Katia y la abrazaba, y ella también
lloraba. Yo acariciaba el pelo de mamá. Tenía miedo. Temía que
mamá también se volvería toda blanca…
Últimos testigos. Los niños de la Segunda Guerra Mundial, 1985.
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