sábado, 9 de diciembre de 2023

“Los recogía con las manos. Eran muy, muy blancos.” Svetlana Alexiévich.

Zhenia Selenia, cinco años
Actualmente es periodista


Aquel domingo… 22 de junio…
Fui con mi hermano a buscar setas. Acababa de empezar la temporada de boletos. El nuestro era un bosquecillo más bien pequeño; conocíamos cada arbusto, cada claro, sabíamos dónde y qué setas o frutas buscar, hasta qué flores había en cada zona. Dónde encontrar hierba de San Antonio y dónde encontrar hierba amarilla de San Juan. O brezo… Estábamos ya de vuelta en casa cuando oímos un ruido atronador. El ruido provenía del cielo. Miramos hacia arriba: había unos doce o quince aviones… Volaban alto, muy alto; recuerdo pensar que nuestros aviones nunca habían volado a tanta altura. Se oía el ruido: «¡Uuuh, uuuh, uuuh!».
En ese instante vimos a nuestra madre, corriendo hacia nosotros: lloraba, la voz se le entrecortaba. Ese es el recuerdo que me quedó del primer día de guerra. Nuestra madre no nos llamaba cariñosamente como de costumbre, sino que nos gritaba: «¡Hijos! ¡Hijos míos!». Tenía los ojos grandes, en su cara solo había ojos…
Un par de días después llegó a nuestro caserío un grupo de soldados del Ejército Rojo. Polvorientos, sudados, con las bocas resecas…, bebían con avidez el agua del pozo. Había que ver cómo se reanimaron de repente… Cómo se iluminaron sus caras cuando en el cielo aparecieron cuatro aviones soviéticos. Avistamos claramente las estrellas rojas. «¡Son los nuestros! ¡Son los nuestros!», gritábamos junto a los soldados. Pero de pronto surgieron unos pequeños aviones negros dando vueltas alrededor de nuestros aviones. Algo crujía, tronaba. El sonido que llegaba a la tierra era raro… Como si alguien rasgara un hule o un lienzo… Un gran estruendo. Yo entonces todavía no sabía que así es como se oyen de lejos las ráfagas de las ametralladoras. Nuestros aviones caían, y detrás de ellos se veían largas colas rojas, de fuego y humo.¡Catapum! Los soldados lloraban, no se avergonzaban de sus lágrimas. Yo era la primera vez… la primera vez… que veía a soldados llorando… En las películas bélicas que iba a ver al pueblo nunca lloraban.
Unos días más tarde… Llegó la hermana de mi madre, la tía Katia. Venía corriendo desde la aldea de Kabakí. Estaba toda negra, daba miedo mirarla. Nos explicó que los alemanes habían entrado en su aldea, que habían reunido a todos los militantes del partido y los habían llevado fuera del pueblo. Allí los ametrallaron. Entre los fusilados estaba su hermano, el hermano de mamá y la tía Katia, diputado del sóviet rural. Era un comunista acérrimo.
Recuerdo perfectamente las palabras de la tía Katia:
Le partieron el cráneo, los sesos salieron disparados, yo los recogí con las manos… Eran muy, muy blancos.
Estuvo con nosotros dos días. Y siempre relataba lo mismo… Lo repetía sin parar… En esos dos días todo el pelo se le volvió blanco. Mi madre se sentaba con la tía Katia y la abrazaba, y ella también lloraba. Yo acariciaba el pelo de mamá. Tenía miedo. Temía que mamá también se volvería toda blanca…

Últimos testigos. Los niños de la Segunda Guerra Mundial, 1985.

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