«Dichoso
el árbol que es apenas sensitivo...»
-empezó la recitadora.
Alguien aplaudió.
La viuda del Sr. X., es decir la Sra. X., se enjugó una lágrima con
la punta de su pañuelo.
-Si es apenas
sensitivo quiere decir que lo es un poquito -dijo el profesor Grou.
-A mí me parece una
exageración -dijo la Sra. del Vino- calificar de «dichosa»
una cosa (perdón por la rima) que siente un poquitito.
-El «quid»
consiste en saber qué siente -dijo el prof. Grou sonriendo con
malicia.
-Siente que está en
erección, como todo árbol -dijo el psiquiatra.
-¡Oh! -exclamó la
Sra. X.
-… «y
más la piedra dura pues ésa ya no siente»
-aseveró la recitadora.
-¡Está loco! Gritó
el ciclista-. Yo soy un hombre casado y sé por experiencia que
ninguna frígida es dichosa.
-Ni ningún
impotente… -sugirió en voz baja el psiquiatra.
-¿Qué quiere
decir? -dijo el ciclista ruborizándose.
-Lo que dije.
-Uno siempre quiere
decir lo que dice pero no siempre uno dice lo que dice -suspiró la
viuda del Sr. X.
-Es verdad -dijo la
recitadora-. Cuando yo paré en Baradero, me hicieron una recepción
en el Centro Floral de la Azucena Natural. Recité este mismo poema:
«Dichoso
el árbol...»
y la gente, porque era gente bien es decir: ni profesores ni
psiquiatras ni ciclistas ni viudas. Bueno, la gente reaccionó bien.
Se quedó bien sentada. Se
rió bien. Cuchicheó bien. Carcajeó bien. Y al final aplaudió
bien. Después comimos bien y dormimos bien y nos despedimos bien.
-Como dice el
refrán: «Dime
con quién andas, cuchillo de palo»
-dijo el profesor Grau palmeando el hombro de la recitadora.
Cuando ésta se levantó del suelo, continuó recitando:
-«…
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo ni mayor
pesadumbre que la vida...»
-¿Como que la vida?
-averiguó la viuda del Sr. X.
-No hay más que una
-dijo el psiquiatra que era materialista dialéctico.
-Yo soy una viva y
no me duele nada -gorjeó la Srta. Puti.
-Usted quédese como
está y todo irá bien -dijo el prof. G. acariciándole un hombro.
-«…
que la vida consciente»
-gimió, casi llorando, la recitadora.
-¡Ah! -dijo el
psiquiatra-. Eso es muy importante.
-Es lo que decía mi
finado, el Sr. X. -dijo la viuda de X.
-¿Qué cosa decía?
-dijo la recitadora.
-No me acuerdo pero
en le medio de la frase estaba la palabra “consciente”, de esto
me acuerdo como si la estuviera diciendo ahora mismo.
-Dejadme seguir a
orillas del mar -dijo la recitadora.
-Está bien que
estemos en Mar del Plata pero no por eso hay que decir «dejadme»
como si uno estuviera en San Sebastián
en la época de Felipe 2do.
-Ese sí que era un
caso clínico -dijo el psiquiatra-. Siempre de negro vestido, como
una viuda…
-¿Qué quiere decir
usted? -dijo la viuda de X. que estaba vestida de rojo.
-Lo que dije, amiga
mía, y no se ofenda porque en primer lugar me refería a las viudas
españolas y en segundo lugar el Sr. X. murió hace 24 años…
-Parece ayer…
-dijo la viuda del Sr. X.
-Todo parece ayer
-gorjeó la Srta. Concepción Puti.
-Usted, a todo le
daba un doble sentido -rió el anciano prof. G. haciendo como que
sacaba una pelusa del muslo desnudo de la Puti.
-El sentido único
no existe; todo va entre dos vías -dijo la recitadora, cuyo padre
había sido guardabarreras.
-O entre incontables
vías -dijo el psiquiatra quien creía en las ruedas de las
motivaciones como quien cree en la rueda de las reencarnaciones.
-«Ser
y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,»
-gritó la recitadora.
Todos se echaron a
reír. Concepción Puti, no sin un dejo de herencia itálica, se
palmeaba el muslo como una alsaciana.
-Siga recitando
-gritó la viuda tirando una chancleta al aire.
-No hay por qué
romper los vidrios -dijo la recitadora observando el camino de la
chancleta que atravesó la ventana y desapareció hacia lo bajo.
-La poesía es una
cosa para matarse de risa o para suicidarse -dijo todavía riendo la
señorita Puti.
-Por delicadeza he
perdido mi vida -dijo el prof. Grau queriendo decir que su afición a
la poesía le impidió frecuentar muslos como los de la Puti.
Siga recitando -dijo
el psiquiatra.
-«…
y el temor de haber sido, y un futuro terror...»
En eso el can aulló.
Alguien golpeó la puerta. La recitadora pegó un grito y mantuvo una
mano en el pecho y la otra en la boca. Volvieron a golpear la puerta,
el can aulló.
-Me gustaría tener
77 perritos negros recién nacidos que orinaran todo el día toda la
casa -dijo la Sra. del Vino por decir algo.
-Algo es algo -dijo
el prof. G. meditativo.
-Que nadie abra la
puerta -chilló la viuda del Sr. X.
-Debe de ser el
espectro de la rosa -dijo la recitadora pensando en «El
rosal de las ruinas»
y viceversa.
-Habría que abrir
esa puerta. Ver para creer. Habría que abrirla y afrontar la
realidad de frente -dijo el psiquiatra temblando.
-O al bies -dijo la
del Vino que era costurera.
[-Me gustaría ganar
un concurso de desnudos -dijo la Srta. Putti.
-¿Pinta usted?
-dijo el prof. G.
-No pero en cierto
modo el resultado es el mismo -dijo la joven Putti con voz
enigmática.
-Siga recitando como
si no pasara nada -dijeron al unísono A. y la muñeca que con el
silencio acabaron por despertarse.
-Qué linda manito
que tengo yo… -cantó el profesor Grou para festejar el despertar
del mundo infantil.
-Qué lindo monito
que tengo yo… -imitó Concepción Puti.
-Ah pícara pécora
-dijo el anciano profesor amenazándola con un dedo.]
-Siga recitando como
si nada pasara -repitieron A. y la muñeca.
-Tendríamos que
llamar a la policía -dijo la Viuda X.
-«Y
el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la
vida, y por la sombra, y por
lo que no conocemos
y apenas sospechamos,
y...»
Alguien volvió a
golpear la puerta. En eso el can aulló.
-Hay que afrontar la
realidad al bies -repitió la Sra. del Vino.
-Quiero a mi mamá
-dijo el profesor Grou un poco asustado.
Se oyeron más
golpes en la puerta pero esta vez el can no dijo nada. La recitadora
se echó a reír pero eran sus nervios y no ella los que reían.
-Por Dios, dénle
luminal, dénle valium 100, dénle evanol, dénle adanol, dénle la
serpiente, dénle una manzana, hagan algo -dijo la Sra. del Vino que
entendía de farmacopea.
La recitadora se
calló y chirrió como un auto que frena bruscamente.
-No exageremos -dijo
el psiquiatra-, ¿por qué los golpes en la puerta tendrían que
anunciar algo malo?
-Cállese, no delire
de nuevo con Felipe II. Repito: ¿por qué lo desconocido tendrá que
ser forzosamente malo? ¿Quién avaló esto como si fuese un axioma?
Lo que pasa es que lo nuevo nos aterroriza y es un error. En una de
ésas está llamando a la puerta la persona que deseamos que venga,
ésa y no otra…
-¿y entonces por
qué no va a mirar quién es? -dijo la viuda de X.
El psiquiatra bajó
los ojos, luego los levantó hacia el cielorraso y se puso a silbar
Nadie me comprende cuando voy a visitar a los jíbaros. La
Srta. Puti marcaba el compás con los pies; el prof. G. con las
manos; la Sra. del Vino con la cabeza; la viuda de X. con los
hombros. A. y la muñeca miraban el suelo tratando de no reírse.
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