Cuando la casa del escritor fue devorada por las llamas, también
se quemó su último manuscrito. Solo una frase quedó legible:
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. La
novela, así lo asegura el narrador omnisciente (a quien debemos
creer sin rechistar, porque para algo es omnisciente), era malísima;
sin embargo, aquella frase fuera de contexto acabó convirtiéndose
en un célebre microrrelato. Y es que, en ocasiones, la suerte
también hace las veces de crítico y corrector, y sabe cómo
ingeniárselas para favorecer al artista de talento.
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