—Es normal —dijo el pediatra—. Le están saliendo los dientes. El pobre se alivia así. Cómprenle un mordedor.
—¿Un mordedor? Ni que fuera un perro —dijo mi marido, cuando ya en casa le recordé la sugerencia del médico—. Lo que haremos será enseñarle. Es lo que se hace con los niños, ¿no?, enseñarles cosas. Pues bien, lo primero que va a aprender es que no se muerde.
—Y ¿cómo piensas hacerlo? —le pregunté.
—Bueno, ya sabes, ¡hablando! Parece que no, pero lo entiende todo perfectamente.
Sobra decir que aquello no funcionó. Nuestro hijo continuó lanzando sus mordiscos a todos cuantos se le pusieron a tiro.
En una ocasión, mordió a un niño en el parque, y cuando la madre del pequeño se acercó para pedir explicaciones, también la mordió a ella.
A partir de aquello, la gente empezó a llamar a nuestro hijo el niño vampiro. Colaboró en la fama de este apodo el que nuestro bebé tuviera una piel casi transparente, y que en lugar de llorar y patalear al enfadarse, soltase un graznido largo y agudo, que recordaba al chillido de los murciélagos.
Por lo demás, era un bebé completamente normal. Como todos los otros críos, volaba con cierta dificultad y, de vez en cuando, se daba un cabezazo contra la lámpara.
Sin manos y otras proezas de la infancia. Raúl Jiménez y Rodrigo García. Bang Ediciones, 2015.
Me ha gustado mucho es original 👍 aunque no comprendo si el niño es un pájaro o un murciélago
ResponderEliminarMe ha gustado mucho es original 👍 aunque no comprendo si el niño es un pájaro o un murciélago
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