El hombre del traje negro y la corbata roja del piso 21 abre el ventanal y una ráfaga de aire desordena y hace volar por todo el despacho los papeles que tiene encima de la mesa. Sale a la cornisa e inspira profundamente, dejando que el aire de la mañana inunde sus pulmones. Se quita la chaqueta, la lanza al interior de la oficina, gira la cabeza hacia derecha e izquierda para descargar las vértebras del cuello, se impulsa fuertemente con las rodillas y salta.
El despegue es potente, elegante. Inicia el salto con los brazos abiertos en cruz y las piernas estiradas.
Cae.
A la altura del piso 14 realiza un doble giro hacia el interior encogiendo los brazos y doblando las piernas. La ejecución de los tirabuzones, impecable, sólo se ve afeada por el golpeteo constante de la corbata contra la cara debido a la velocidad.
En el piso 8 regresa a la posición vertical, con el cuerpo recto, los pies juntos y los brazos estirados más allá de la cabeza. En esa posición se realiza el clavado contra el pavimento, limpio, un golpe seco que rompe brazos y cráneo, pero que apenas produce salpicaduras.
Un jurado imparcial habría valorado la ejecución y dificultad del salto como perfectas, pero para el departamento de recursos humanos, mucho más exigente, el salto no pasó de notable.
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