En episodios anteriores he despertado solo o acompañado, con y sin resaca, tiritando de frío o bañado en sudor. Pero esto de hoy es inaudito, no tiene nombre: me he despertado creyendo en dios. Con fe firme. Sin resquicios.
Tomo un vasito de agua y regreso a la cama. Ruego a nuestro señor para despertar ateo y con ganas de hacer pis, según tengo por costumbre.
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