El padre se llamaba Enrique. Estaba casado y era padre de dos niños y un perro. El perro se llamaba Lucas, como el hijo mayor. La hija se llamaba Cristina, como la madre.
Se podía decir que Enrique no era excesivamente serio ni excesivamente divertido. Era como era.
Cierta noche, después de cenar, con el ruido del lavavajillas de fondo, cuando toda la familia estaba viendo una serie de dibujos animados en el televisor, abrió la boca y dijo:
—Que a gusto me convertiría en una pera.
—¿En una pera? —preguntó el hijo.
El padre afirmó con la cabeza.
—¡Una pera! Nadie se convierte en una pera —dijo su mujer—. Además, es peligroso. Te puedes caer de la rama y «¡plooof!».
—Tiene razón mamá —dijo la hija.
—Sería mucho mejor convertirse en un melón —sentenció el hijo—. O en una sandía.
—¡Guuuau!
Y «¡zas!», justo cuando en la televisión daban paso a la publicidad y comenzaba el anuncio de un automóvil con llantas de aleación, elevalunas eléctrico y cierre centralizado, el padre se convirtió en una sandía verde, reluciente como el coche.
El primero en reaccionar fue su hijo:
—¡Pues si papá se ha convertido en una sandía, yo quiero convertirme en mi héroe favorito: en Batman!
—¡Y yo en Batwoman! —dijo su hija, algo envidiosa.
—¡Guuuau!
Pero ninguno de los hijos se transformó en nada. Lo que sí ocurrió es que la mujer se levantó de un salto del sofá, y puso los brazos en jarras y un grito en el cielo:
—¡Enrique! ¡Qué has hecho! ¡Te acabas de cargar siglos y siglos de evolución! ¡Estarás contento!
—Si yo... —intentó dar una explicación la sandía.
—¡Qué disgusto nos acabas de dar! ¡Cómo se te ocurre convertirte en una sandía. Me voy a dormir. Y vosotros también, que mañana tenéis que ir al colegio.
—¡Halaaa! —protestaron, entonces, a coro los niños.
—Si yo... —balbuceó el padre; es decir, la sandía.
—Ni me hables. Y ni se te ocurra acudir con esas pepitas a la cama. Duermes en la encimera de la cocina o en la cesta de mimbre o en el frutero o dentro de la nevera en el cajón de la fruta.
—Pero...
—Ni peros ni peras limoneras —dijo la mujer.
Y se transformó en una manzana reineta, verde, reluciente, como el coche del anuncio.
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