viernes, 13 de julio de 2018

Ángel de la guarda. Juan Antonio Vázquez.

El tipo se apostó en la barra con cara de pocos amigos. Cantaba como una mosca en un vaso de leche: gabán largo, sombrero incrustado hasta el entrecejo y una escopeta en la mano. El camarero se le acercó con la excusa de pasar el trapo.
¿Qué va a ser?
Aprovechó para mirarlo de arriba abajo. Debía medir, por lo menos, metro noventa.
Morid o marchaos –contestó.
A sus palabras la cantina calló de golpe. Se fueron levantando uno por uno, muy despacio, hasta que el corro de infames criaturas lo rodeó esgrimiendo las mejores galas del bestiario: miradas denostadas, hercúleos brazos, zarpas ensangrentadas y dientes afilados.
El primer disparo es el único que has de elucubrar, porque empuja al siguiente y anticipa el final. El cazador de monstruos amartilló el arma y disparó al techo. Sumido en la oscuridad que emanó de la bombilla quebrada se sucedieron gritos, fogonazos y lamentos.
Minutos más tarde, el hombre salía del armario. Arrastraba una cuerda, y del otro extremo, como si se tratara de un petate, los cuerpos sin vida de todos ellos.
Se acercó a la cama, le dio un beso al pequeño, y le aseguró sonriente que tendría felices sueños.

 Esta noche te cuento. Junio, 2015.

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