martes, 26 de noviembre de 2019

El teclado. Juan Romagnoli.

El hombre escribía reconcentrado frente a la pantalla. Si los dos muchachos que irrumpieron en el departamento hicieron algún ruido, no lo advirtió. A tal punto, que dispusieron de varios minutos para hurgar en los muebles de la sala. Estaban armados. Luego ingresaron al escritorio pateando la puerta. El hombre se vio sorprendido e intentó reaccionar. Recibió algunos golpes y se tranquilizó. Los muchachos buscaban cosas de valor e insistían que dijera dónde guardaba el dinero.
Un escritor no tiene dinero... —repetía él.
La hija abrió la puerta con su llave y entró. Los hechos ocurrieron abruptamente. Uno de los muchachos se asustó y le disparó al pecho. Cayó redonda. El otro debió contener a golpes al hombre, pero sólo pudo detenerlo con un culatazo de pistola en la nuca.
Dueños de la situación, se dedicaron a revisar el cuarto minuciosamente. Destruyeron todo. Finalmente, con las manos vacías, se marcharon.
Aturdido y dolorido, con sus últimas fuerzas, el hombre se arrastró hasta la mesa de trabajo, se estiró, tanteó el teclado y oprimió la tecla «deshacer».


La hija abrió la puerta con su llave y entró.
Hola papá, ¿cómo estás...? —preguntó.
Bien —dijo—; aquí, intentando escribir…

 

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