Siempre empezaba de la misma manera. Primero era una sensación.
¿Nunca han sentido como si unos pequeños pies les anduviesen por la
calavera? Unos pasos en su calavera, arriba y abajo, atrás y
adelante.
Así empezaba.
No puedes ver quién
da esos pasos. Al fin y al cabo se producen en tu cabeza. Si andas
listo, esperas la ocasión y llegada ésta vas y te cepillas con
fuerza el pelo. Pero así y todo no consigues atrapar al caminante.
Él lo sabe bien. Aunque te lleves las dos manos a la cabeza y te
sacudas el pelo fuertemente, nada; siempre se te escapa. Quizá
salte…
Es tremendamente
veloz. Y no puedes ignorarlo. Si intentas no prestar atención a sus
pasos, él insiste. Baja entonces casi hasta tu occipucio, se asoma y
te susurra algo al oído.
Puedes sentir su
cuerpo, tan liviano y frío, dejándose caer de tal modo sobre ti que
te presiona la base del cerebro. Y tiene que haber algo en sus
garras, porque no te araña… Todo lo más ves luego unas marcas sin
importancia en tu cuello, por las que sin embargo sangras. Y al
tiempo sientes su presión, sientes que algo frío y liviano te
acecha. Te acecha y te susurra cosas.
Entonces es cuando
tratas de hacerle frente. Intentas no escuchar lo que te dice. Porque
cuando lo escuchas ya estás perdido. Tienes que obedecerle.
Es muy listo y
malvado.
Sabe muy bien cómo
asustarte y presionarte aún más cuando te resistes a él. Por eso
ya no me resistiré más. Es preferible obedecerle.
Ahora que le
escucho, que ya he abandonado toda resistencia, las cosas no me van
tan mal. Además de todo lo antes dicho también puede ser persuasivo
y amable. Tentador. ¡La cantidad de cosas que puede llegar a
prometerme con sólo un susurro!
Y además cumple su
palabra.
La gente cree que
soy pobre porque nunca tengo dinero y vivo en una especie de choza
junto a la ciénaga. Pero él me da incontables riquezas.
Desde que me sometí
a él y dejé de resistirme, por ejemplo, me lleva por ahí -me
saca de mí mismo- durante días. Así sé
que hay otros lugares, aparte de este mundo… Lugares en los
que soy un rey.
La gente se ríe de mí, me cree un solitario, un tipo sin amigos;
las chicas de la ciudad me llaman espantapájaros… Pero a veces,
desde que le obedezco, desde que me someto a su dictado, me trae
reinas con las que comparto mi cama.
¿Que todo esto no es más que un sueño? No lo creo. Mi otra vida sí
que fue un sueño; la vida junto a la ciénaga sí que era un sueño.
Un mal sueño. Eso sí que ha dejado de parecerme real.
Y tampoco son un sueño los crímenes.
Sí, asesino a la gente.
Eso es lo que Enoch quiere, eso es lo que me pide, ya saben…
Eso es lo que me susurra al oído. Él me pide que mate gente. Que lo
haga para él.
A mí no me gusta hacerlo. Al principio me resistía… Ya le he
hablado de cuando me negaba a escucharle, ¿no? Pero no pude resistir
por mucho tiempo.
Quiere que mate gente para él, ya lo he dicho. Sí, él, Enoch. Esa
cosa que vive en mi cabeza, que anda por mi cabeza. No puedo verle.
No puedo atraparle. No puedo más que sentirle, y oírle… y
obedecerle.
A veces me deja en paz durante días. Pero de pronto lo siento ahí
otra vez, paseando por el tejado de mi cerebro… Oigo sus susurros
de nuevo. Me habla entonces de alguien que camina cerca de la
ciénaga.
No sé qué sabe acerca de ese alguien, ni siquiera sé si lo conoce.
Pero aunque no lo vea me lo describe perfectamente.
-Hay
un vagabundo que camina hacia la ciénaga, viene
de la carretera de Aylesworthy. Es bajo y gordo, está clavo… Se
llama Mike. Lleva un suéter marrón y calzones
azules. Llegará a la ciénaga en diez minutos, en cuanto se ponga el
sol. Se detendrá junto al árbol. Escóndete tras el árbol. Espera
a que se ponga a echar un vistazo al bosque. Ya sabes qué tienes que
hacer entonces. Ahora toma el hacha, rápido…
A veces le pregunto a Enoch qué me dará a cambio. Pero por lo
general confío en él. Y sé que debo hacer lo que me ordena, aunque
no me guste. Es mejor que así sea. Por lo demás, Enoch nunca se
equivoca en nada y me mantiene a salvo de cualquier problema.
Así lo hace siempre… O así lo hacía, hasta la última vez.
Una noche estaba yo sentado en mi choza, cenando una sopa, cuando me
habló de esa chica.
-Viene a buscarte -me susurró al oído-. Es una chica muy guapa y
viste completamente de negro. Tiene una cabeza exquisita. Y unos
huesos muy finos… Finísimos.
Al principio creí que me hablaba de alguna de las chicas con las que
me premiaba, pero no. Enoch me hablaba de una chica normal.
-Llamará a la puerta y te pedirá que la ayudes a sacar el coche de
la ciénaga. Tomó un atajo para llegar cuanto antes a la ciudad,
pero el coche se le ha quedado ahí y encima ha pinchado una rueda,
te pedirá que se la cambies.
Eso parecía gracioso. Me refiero a que me hacía gracia oír a Enoch
hablar de cosas como las ruedas de un coche. Pero en realidad también
sabía de eso. Enoch lo sabía todo.
-Saldrás con ella para ayudarla. No cojas nada. Tiene una llave
inglesa en el coche. Úsala.
Aquella vez intenté enfrentarme a él. Me mantuve inmóvil.
-No quiero hacerlo, no lo haré -dije.
Enoch se echó a reír. Y entones me dijo qué me haría si me
negaba. Me lo repitió una y otra vez.
-Bien, pues lo haré yo; seguro que lo hago mejor que tú, además
-me dijo-. Pero luego me encargaré de ti…
-¡No! -grité-. Lo haré, de veras que lo haré.
-Bien, mejor así -dijo Enoch-. Estoy acostumbrado a que se me
obedezca y sirva en todo lo que pido… Lo necesito para seguir
viviendo. Para mantenerme fuerte. Y así podré servirte yo también,
y darte las cosas que te doy… Por eso deberás obedecerme una vez
más… De lo contrario…
-¡No! -grité-. Lo haré.
Y lo hice.
Aquella chica llamó a mi puerta unos minutos después, y era tal y
como Enoch la había descrito. Era muy guapa, una chica rubia. Me
gustan mucho las chicas con el cabello rubio. Me alegré de verla por
eso. Iba muy contento con ella bordeando la ciénaga, hasta donde se
le había averiado el coche. Como me gustaba tanto su cabello no la
golpeé en la cabeza con la llave inglesa, sino en la nuca.
Después, Enoch me dijo paso a paso qué hacer.
Una vez hice lo que tenía que hacer con mi hacha, tiré su cuerpo a
las arenas movedizas. Enoch me avisó de las huellas de las ruedas
del coche, que me puse a borrar al momento.
Me preocupaba el coche, pero Enoch me mostró cómo utilizar un
madero para sacarlo de donde había quedado atascado. No estaba
seguro de conseguirlo, pero lo hice. Y mucho más rápido de lo que
jamás hubiera supuesto.
Fue estupendo ver cómo se hundía luego el coche en las arenas
movedizas. Antes eché en su interior la llave inglesa. Enoch me
dijo, cuando acabé de hacer todo aquello, que me volviera a casa.
Poco después me quedaba dormido.
Enoch me había prometido algo muy especial esta vez; seguro que por
eso me quedé dormido tan pronto. A medida que me iba durmiendo
sentía que me liberaba de esa presión que Enoch ejerce sobre mi
cabeza… Seguro que iba a buscar algo para recompensarme.
No sé cuánto dormí, pero creo que fue mucho tiempo. Todo lo que
recuerdo es que finalmente comencé a despertarme, y que al hacerlo
supe que Enoch estaba otra vez conmigo… Pero me pareció a la vez
que algo iba mal…
Me incorporé al sentir aquellos golpes en mi puerta.
Esperé un momento. Esperaba que Enoch me susurrase al oído qué
hacer.
Pero Enoch debió de quedarse dormido. Duerme bastante, a veces.
Cuando lo hace, nada le despierta durante días. Cuando eso ocurre
estoy libre. La verdad es que me gusta sentirme así, disfruto de esa
libertad… Pero no la disfruté entonces. Hubiera necesitado su
ayuda.
Seguían los golpes en mi puerta, cada vez más fuertes. No podía
esperar más.
El viejo sheriff Shelby entró en mi casa.
-Vamos, Seth -me dijo-. Tengo que encerrarte.
No protesté. Sus ojos pequeños y negros escrutaban cada rincón de
mi choza. Cuando los clavó en los míos apenas pude aguantarle la
mirada, hubiera querido esconderme, sus ojos me hacían daño.
Él no podía ver a Enoch, claro. Nadie puede verle. Pero estaba
allí. Lo sentía dormir en lo alto de mi calavera, descansando sobre
la manta que le ofrecía mi pelo. Escondido en mis rizos, durmiendo
plácidamente, como un bebé.
-Los amigos de Emily Robbins -me dijo el sheriff- me dijeron que
quería llegar a la ciudad atajando por la ciénaga… Hemos
encontrado huellas de las ruedas de su coche junto a las arenas
movedizas.
Enoch se había olvidado de avisarme de aquellas marcas. ¿Qué podía
hacer yo?
-Todo lo que digas ahora podrá ser utilizado en tu contra -me
previno el sheriff Shelby-. Vámonos, Seth.
Salí con él. No podía hacer otra cosa. Me llevó a la ciudad y
había allí un montón de gente tratando de asaltar su coche. Entre
esa gente había muchas mujeres. Gritaban a las hombres que me
sacaran de allí, que me dieran mi merecido.
Pero el sheriff Shelby logró mantenerlos a distancia, y al fin
consiguió meterme sano y salvo en una celda. Me metió en la celda
que había entre otras dos, que estaban vacías. Estaba solo.
Completamente solo, si no llega a ser por Enoch. Pero seguía
durmiendo a pesar de todo.
A la mañana siguiente, aún muy temprano, el sheriff Shelby llegó
acompañado por varios hombres. Supuse que ya había sacado de las
arenas movedizas el cuerpo de la chica. O quizá aún no lo habían
encontrado: me sorprendió que no me hiciera ninguna pregunta.
Con Charley Potter, sin embargo, la cosa fue distinta. Quería
saberlo todo. El sheriff Shelby lo dejó a solas conmigo mientras iba
a investigar algo más… Me llevó el desayuno a la celda y mientras
lo tomaba comenzó a preguntarme cosas.
Permanecí en silencio. No tenía por qué responder a las preguntas
de un imbécil como Charley Potter. Creía que yo era un loco, como
toda la gente que estaba en la calle. Mucha gente en la ciudad creía
que estaba loco y lo cree aún, por culpa de mi madre, supongo que
eso creen, y por la manera de vivir que he tenido siempre, solo,
junto a la ciénaga.
¿Qué podía decirle a Charley Potter? Si le hubiese hablado de
Enoch no me habría creído.
Así que no hablé.
Me limité a escuchar.
Entonces Charley Potter me contó cómo habían empezado la búsqueda
de Emily Robbins, y cómo el sheriff Shelby comenzó a revisar otros
casos de desapariciones, diciendo que el fiscal del distrito había
pedido una gran investigación sobre todos esos casos. También me
dijo Charley Potter que iría a examinarme un médico.
No había pasado mucho tiempo cuando llegó aquel doctor. Charley
Potter tuvo que hacer grandes esfuerzos para evitar que la gente que
había en la calle entrase, cuando abrió la puerta de la comisaría
al doctor. Supongo que querían lincharme. El médico era un hombre
bajito con una de esas graciosas barbitas… Pidió a Charley Potter
que lo dejar a solas conmigo y empezó a hablarme.
Era el doctor Silversmith.
La verdad es que en ese momento yo no sentía nada. Todo había
pasado tan rápido que no tenía tiempo ni de pensar en nada.
Era como una parte de un sueño… El sheriff, la multitud en la
calle, eso acerca de la investigación del fiscal, el linchamiento,
el cuerpo hallado en las arenas movedizas…
Pero algo en la mirada del doctor Silversmith hacía que las cosas
empezaran a cambiar.
Era un hombre real, de acuerdo… Podrán decirme ustedes que como
médico sólo pretendía meterme en una Institución, después de que
yo le hablara de mi madre.
Sobre eso fue que me hizo una de las primeras preguntas. ¿Qué había
acerca de mi madre?
Parecía saber un montón de cosas acerca de mí, por eso me fue
fácil hablar.
Empecé a contarle un montón de cosas. Le conté que mi madre y yo
habíamos vivido juntos allí, junto a la ciénaga. Y cómo hacía
los filtros con hierbas y los vendía. Y cómo recogíamos las
hierbas para los filtros por la noche. Y le hablé de cuando me
dejaba solo por las noches y yo me las pasaba en vela oyendo ruidos
extraños.
No podía decirle mucho más y él lo comprendía. Sabía además que
todos decían que mi madre fue una bruja. Incluso sabía cómo murió…
Sabía que la mató Santo Dinorelli, que fue una noche a casa y
apuñaló a mi madre, después de acusarla de que su hija se hubiera
fugado con un vagabundo porque ella le vendió uno de sus filtros…
Sabía que desde entonces yo había vivido allí solo, junto a la
ciénaga.
Pero no sabía nada de Enoch.
Enoch, que seguía allí, durmiendo en mi cabeza tranquilamente, como
si no pasara nada.
Por alguna razón me descubrí hablándole al doctor Silversmith de
Enoch. Quería explicarle que yo no había matado a aquella chica así
por las buenas, porque me dio la gana. Por eso tuve que hablarle de
Enoch. Y del trato que hizo mi madre una noche en el bosque. No me
dejó ir con ella -tenía yo sólo doce años entonces-, pero antes
de salir me hizo sangrar un poco y metió mi sangre en una botella
pequeña.
Cuando regresó la acompañaba Enoch. Se quedaría conmigo para
siempre. Mi madre me dijo que cuidaría de mí en todo momento.
Hablé de todo esto con mucho cuidado, explicándole al doctor muy
bien que yo no podía hacer nada. Mi madre ya me había anunciado que
Enoch guiaría mis pasos.
Sí, es verdad que Enoch me ha protegido durante años, tal y como me
lo prometió mi madre. Ella sabía bien que yo era incapaz de valerme
por mí mismo. Así se lo dije al doctor Silversmith porque me
parecía un sabio y podría comprenderme.
Fue un error.
Me di cuenta nada más hablar de eso. Mientras el doctor me miraba
con atención, y apuntaba hacia arriba con su barbita diciendo “sí,
sí” una y otra vez, sentía que sus ojos me penetraban. Igual que
los ojos de la multitud que estaba en la calle. Ojos que hablaban.
Ojos que no confían en ti por mucho que te miren. Ojos amenazantes.
Después comenzó a preguntarme un montón de cosas ridículas.
Primero sobre Enoch, aunque me di cuenta de que sólo intentaba creer
en Enoch. Me preguntó por ejemplo cómo era que podía oírle pero
no verle. Me preguntó también si alguna vez había oído otras
voces. Me preguntó qué sentí cuando maté a Emily Robbins, pero yo
no quería pensar en eso, ni recordarlo: En realidad me hablaba como
si yo estuviese loco.
Se estuvo burlando todo el rato de mí, en el fondo, porque no
conocía a Enoch. Lo demostró al preguntarme cuánta gente había
matado. Y luego quiso saber dónde estaban sus cabezas.
Pero no pudo burlarse de mí mucho tiempo más.
Empecé a reírme de él y me levanté.
Esperó un poco más y se fue moviendo la cabeza. Seguí riéndome
porque sabía que no había encontrado lo que buscaba. En realidad
quería descubrir todos los secretos de mi madre, y los míos… Y
también los de Enoch.
Pero no pudo, por eso me reí tanto de él. Y luego me dormí. Estuve
durmiendo hasta la tarde.
Cuando desperté había otro hombre ante los barrotes de la celda.
Tenía una cara gorda y simpática y unos ojos graciosos.
-Hola, Seth -me dijo amistosamente-. ¿has echado una cabezadita?
Me llevé las manos a la cabeza. No sentía a Enoch, pero sabía que
estaba allí y que aún dormía. Se mueve bastante cuando duerme.
-No te asustes -me dijo aquel hombre-. No voy a hacerte daño.
-¿Le ha enviado el doctor? -le pregunté.
Aquel hombre se echó a reír.
-Por supuesto que no. Me llamo Cassidy, Edwin Cassidy, y soy el
fiscal del distrito. Me hago cargo de tu caso. ¿Puedo pasar y
sentarme contigo?
-Estoy encerrado.
-No importa, el sheriff me ha dado las llaves -dijo Mr. Cassidy.
Abrió mi celda, entró rápido y tomó asiento en el camastro.
-¿No me tiene miedo? -le pregunté-. Ya sabe, se supone que soy un
asesino.
-¿Por qué habría de tenerte miedo, Seth? -y se echó a reír de
nuevo Mr. Cassidy-. Claro que no… Sé bien que no querías matar a
nadie.
Me puso la mano en el hombro y no me aparté. Era un amano cálida,
blanda, regordeta. Tenía un gran anillo con un diamante en uno de
sus dedos, uno de esos anillos que deben de brillar mucho bajo el
sol.
-¿Cómo está Enoch? -me preguntó entonces.
Me levanté.
-Tranquilo, no pasa nada -me dijo Mr. Cassidy-. Ese idiota del doctor
me lo contó cuando me crucé con él en la calle…. Pero él no
puede entender nada acerca de Enoch, ¿verdad, Seth? Tú y yo sí…
-Ese doctor piensa que estoy loco -musité.
-Bueno, aquí, entre nosotros, Seth, la verdad es que al principio
resulta un poco difícil creer lo de Enoch.. Pero acabo de estar en
la ciénaga. El sheriff Shelby y sus hombres andaban buscando por
ahí… Encontraron el cuerpo de Emily Robbins y otros cuantos más.
El cuerpo de un hombre gordo, y el de un niño, y algún indio… Las
arenas movedizas los conservan en bastante buen estado, ya lo sabes.
Le miraba a los ojos, que me sonreían. Eso me dijo que podía
confíar en él.
-Y encontrarán más cuerpos si continúan buscando, ¿verdad, Seth?
Asentí.
-A mí no me interesa, no voy a esperar más… Sé que me dices la
verdad, no tengo más que verte… Fue Enoch quien te empujó a
cometer esos crímenes, ¿verdad que sí?
-¿Qué quiere usted saber? -le pregunté.
-Bueno, un montón de cosas… Me interesa mucho Enoch, ya sabes…
¿A cuántas personas te ordenó matar?
-A nueve.
-¿Y están todas en las arenas movedizas?
-Sí.
-¿Sabías quiénes eran?
-Solo conocía a alguno -y le dije los nombres de aquellos a los que
conocía-. Enoch me los describía muy bien y yo sólo tenía que
salir a buscarlos, los reconocía enseguida.
Mr. Cassidy se echó a reír de nuevo, ahora más fuerte, y guardó
el cigarro.
-Puedes serme de gran ayuda, Seth -siguió diciéndome en voz baja-.
Supongo que sabrás en qué consiste el trabajo de un fiscal de
distrito…
-Es una especie de abogado, ¿no? Se encarga de los juicios, todo
eso…
-Eso es… Estaré en el juicio que se te haga, Seth… Pero supongo
que no te gustará verte allí, ante toda esa gente, y tener que
responder a un montón de preguntas acerca de lo que pasó, ¿no es
así?
-No, la verdad es que no me gustaría, Mr. Cassidy… La gente de
esta ciudad me odia.
-Bien, mira lo que harás… Me lo contarás todo y hablaré en tu
favor… Es una propuesta de amigo, ¿de acuerdo?
Hubiera deseado que Enoch estuviera allí para ayudarme, pero seguía
durmiendo. Miré a Mr. Cassidy y respondí según lo que me
aconsejaban mis pensamientos.
-De acuerdo -dije-. Se lo contaré todo.
Y le conté todo lo que sabía.
Mr. Cassidy tosió un par de veces, nada más, pero ni se echó a
reír ni nada, no hacía otra cosa que escucharme con mucha atención.
-Una cosa más -me dijo cuando acabé-. Hemos encontrado varios
cuerpos en la ciénaga… Hemos identificado el cuerpo de Emily
Robbins y algún otro, pero nos sería más sencillo hacerlo si nos
dijeras algo, Seth… Creo que me lo puedes contar. ¿Dónde están
sus cabezas?
Me alarmé, me puse en guardia.
-Eso no se lo puedo decir -le respondí- porque no lo sé.
-¿No lo sabes?
-Se las di a Enoch -añadí-. Usted no puede entenderlo, pero por eso
mataba gente para él… Enoch quería sus cabezas.
Mr. Cassidy parecía realmente confundido.
-Siempre me hacía cortarles la cabeza -seguí diciendo- para
llevársela. Yo echaba los cuerpos a las arenas movedizas y me iba a
casa. Enoch me decía que me acostase y me recompensaba. Luego se
iba, creo que para llevarse la cabeza… Eso era todo lo que quería.
-¿Y para qué quería las cabezas, Seth?
-Verá -le dije-, no le servirá de nada encontrar esas cabezas, no
las reconocería.
Mr. Cassydy se levantó y sonrió forzado.
-Pero ¿por qué dejabas que Enoch hiciera esas cosas?
-No tenía otro remedio. Si no, me lo haría él a mí. Siempre me
amenazaba con eso. Por eso le obedecía.
Mr. Cassidy me miraba dar vueltas por la celda, pero no decía una
palabra. Parecía muy nervioso y cuando me acerqué de nuevo a él se
apartó un poco.
-Usted contará todo esto en el juicio, claro -le dije-, todo acerca
de Enoch y lo demás…
Negó con la cabeza.
-No voy a hablar de Enoch en el juicio, y tampoco lo harás tú -me
dijo-. Nadie debe saber que Enoch existe.
-¿Por qué?
-Trato de ayudarte, Seth… ¿No imaginas lo que dirá la gente si
haces mención a Enoch? Dirán todos que estás loco… Y tú no
quieres que pase eso…
-No, claro que no… Pero ¿qué hará usted? ¿Cómo va a ayudarme?
Mr. Cassidy volvió a sonreírme.-Tú temes a Enoch, ¿verdad? Bien,
estaba pensando… ¿Por qué no me lo entregas?
Me alarmé.
-Sí- siguió diciendo Mr. Cassidy-, supón que me entregas a Enoch…
Yo cuidaré de que no te haga nada durante el juicio y tú no dirás
una palabra sobre él… Seguramente no le gustará que la gente sepa
qué hace…
-Eso es verdad -le dije-, a Enoch le molestaría mucho verse allí…
Es un auténtico secreto, ya sabe usted… Pero la verdad es que no
quiero entregárselo a usted sin consultárselo primero, y ahora
mismo duerme.
-¿Duerme?
-Sí. En mi cabeza… Creo que usted sí puede verlo.
Mr. Cassidy me miró atentamente la cabeza y luego carraspeó.
-Bueno, creo que sería mejor esperar a que despertase, así podría
hacerme una idea -me dijo-, y podría explicarle a él la situación,
sería lo mejor… Seguro que le parecerá bien.
-Tendrá que prometerme que cuidará de él -dije.
-Claro- dijo Mr. Cassidy.
-¿Y le dará usted todo lo que le pida, todo lo que le apetezca?
-Naturalmente.
-¿Y no dirá una palabra a nadie?
-A nadie.
-Por supuesto que se imagina usted lo que le ocurrirá si no da a
Enoch todo lo que le pida -traté de prevenir a Mr. Cassidy-. Le
arrancará la cabeza…
-No te preocupes, Seth.
Me quedé callado un minuto. Sentía algo que se deslizaba hacia mi
oído.
-Enoch -susurré-, ¿puedes oírme?
Podía oírme.
Entonces se lo expliqué todo. Le dije por qué iba a entregarlo a
Mr. Cassidy.
Enoch no decía una palabra.
Mr. Cassidy tampoco decía una palabra. Se limitaba a mirarme
sonriente. Supongo que le resultaba un poco extraño verme hablar
con… nadie. Con nada.
-Vete con Mr. Cassidy -dije a Enoch-. Ve con él, anda…
Y Enoch se fue.
Noté un gran alivio en la cabeza.
-¿Ya lo siente usted, Mr. Cassidy? -pregunté.
-¿Qué? ¡Oh, sí, claro que sí!- dijo, y se puso en pie.
-Cuide bien de Enoch -le dije.
-Cuidaré muy bien de él.
-¡No se ponga el sombrero! -le avisé-. A Enoch no le gusta que le
echen encima un sombrero.
-Perdón, no me había dado cuenta… Bueno, Seth, tengo que irme…
Ten por seguro que voy a ayudarte en todo lo que pueda, pero recuerda
que para ello no debes decir nada acerca de Enoch. Volveré pronto y
hablaremos del juicio. El doctor Silversmith trata de convencer a
todo el mundo de que estás loco, así que quizá sea mejor que
niegues todo lo que le has dicho… Y que no digas nada de Enoch,
recuérdalo.
Aquello sonaba bien, era una idea excelente, Mr. Cassidy era un buen
hombre.
-Todo lo que usted diga será bueno para Enoch, Mr. Cassidy, estoy
seguro -le dije-, y si es bueno para él también lo será para
usted.
Mr. Cassidy me dio la mano y luego se fue con Enoch. Me sentí
cansado. Quizá era la tensión que sentía, o quizá era que me
sentía extraño sabiendo que Enoch no estaba conmigo. Me acosté y
dormí mucho rato.
Era ya noche cerrada cuando me desperté. Charley Potter me traía la
cena.
Dio unos pasos atrás cuando abrí los ojos y le dije hola.
-¡Asesino! -me dijo-. Eres un criminal, han encontrado nueve cuerpos
en las arenas movedizas… Eres un maldito demonio.
-¿Por qué dices eso, Charley? -le pregunté-. Siempre te creí un
amigo…
-¡Maldito loco! Me largo de aquí ahora mismo, aunque antes cerraré
bien tu celda. El sheriff quiere que vigile para que esa gente que
quiere lincharte no entre, pero me parece que pierde el tiempo, si
fuera por mí…
Charley apagó las luces y se largó. Oí cómo cerraba la puerta
principal y la atrancaba. Me quedé completamente solo en la
comisaría.
¡Completamente solo! Me resultaba muy extraña la sensación de
sentirme solo por primera vez en muchos años… Solo, sin Enoch…
Me pasé los dedos por la cabeza. Me sentí desnudo, raro,
abandonado.
Brillaba la luna a través de la ventana y me asomé para contemplar
la calle entonces vacía y silenciosa. Enoch amaba la luna. Le hacía
sentirse vivo. Le daba fuerzas; en cuanto la veía se le iba el
cansancio. Me pregunté cómo se sentiría entonces con Mr. Cassidy.
Supongo que estuve contemplando la luna mucho rato. Me pesaban ya las
piernas cuando me aparté de la ventana de la celda al oír que
alguien abría la puerta.
Mr. Cassidy entró corriendo.
¡Quítamelo de encima! -decía-. ¡Quítamelo de encima!
-¿Qué ocurre? -le pregunté.
-Enoch… Creí que estabas loco, pero puede que el loco sea yo…
¡Quítamelo de encima!
-¿Por qué, Mr. Cassidy? Ya le he dicho lo que tiene que hacer para
que Enoch se encuentre a gusto, ya le conté cómo es…
-No deja de caminar por mi cabeza -me dijo-, lo siento de un lado a
otro. Y le oigo también… ¡Qué barbaridades me dice al oído!
-Ya se lo dije a usted, Mr. Cassidy… Seguro que Enoch le pide algo,
¿no? Bueno, ya sabe usted de qué se trata… Tendrá que hacer lo
que le pida, lo ha prometido usted.
-No puedo. Yo no mataré para él, no puede obligarme…
-Sí puede. Y lo hará.
Mr. Cassidy se agarró a los barrotes de la celda.
-¡Seth, tienes que ayudarme! Llama a Enoch. Que se quede contigo
otra vez, hazlo, por favor… Rápido…
-De acuerdo, Mr. Cassidy -le dije.
Llamé a Enoch. No me respondió. Lo llamé de nuevo. Silencio.
Mr. Cassidy comenzó a llorar. Eso me dejó atónito y sentí lástima
por él. Parecía no entender nada, y eso que le había prevenido.
Pero sé bien lo que Enoch puede hacer contigo, Sé bien qué puede
conseguir de ti cuando te susurra al oído de esa manera tan suya.
Primero te coacciona, luego te deja sin respuesta, después te
obliga…
-Será mejor que le obedezca -dije a Mr. Cassidy-. ¿A quién le ha
pedido que mate?
Mr. Cassidy no me prestaba atención. Sólo lloraba. Después abrió
la celda contigua a la mía y se encerró allí.
-No puedo hacerlo -decía entre sollozos-. No puedo, no puedo
hacerlo…
-¿Qué es lo que no puede hacer usted? -le pregunté.
-No puedo matar al doctor Silversmith en le hotel y entregarle a
Enoch su cabeza… Me quedaré aquí, encerrado en esta celda… Aquí
estaré a salvo y no podré hacer daño a nadie… ¡Maldito demonio,
tú, Seth, maldito demonio!
Se derrumbó en el camastro, sin dejar de llorar. Lo veía a través
de los barrotes que separaban nuestras celdas, lo veía con las manos
en la cabeza, sacudiéndose el pelo.
-Pronto se sentirá mejor, ya lo verá -le dije-. Enoch hará que se
sienta mejor… Por favor, Mr. Cassidy, no se preocupe…
Mr. Cassidy suspiró profundamente, lo supuse agotado. Dejó de
llorar y no dijo una palabra. No respondía a mis llamadas.
¿Qué podía hacer yo? Me senté en un rincón de mi celda, en el
suelo, observando la luz de la luna que entraba por la ventana. La
luna encantaba Enoch, la luna le volvía fiero.
Entonces Mr. Cassidy comenzó a gritar. No muy alto, pero sí
profundamente, desde lo más hondo de su garganta. No se movía, sólo
gritaba desgarradamente.
Supe que Enoch comenzaba a conseguir lo que pretendía.
¿Qué esperaba Mr. Cassidy? ¿Que iba a poder resistirse? Ya se lo
había avisado yo…
Seguí allí sentado, tapándome las orejas con las manos de vez en
cuando para no oírle.
Entonces vi que se levantaba del camastro para aferrarse a los
barrotes de la celda. No se le oía nada. Cayó al suelo lentamente,
en silencio. En realidad no se dejaba sentir ni un ruido.
O sí. ¡Claro que sí! Allí estaba de nuevo aquel sonido que me era
tan familiar, aquello que hacía Enoch cuando estaba hambriento. Una
especie de arañazo. Las uñas o las garras de Enoch cuando te
arañaba porque quería comer.
Aquel sonido salía de la cabeza de Mr. Cassidy.
Allí estaba Enoch, sí, en plenitud de forma, feliz y contento de
tener un nuevo siervo.
Yo también me alegré.
Alargué el brazo a través de los barrotes y le quité a Mr. Cassidy
las llaves. Abrí mi celda y quedé libre.
No tenía por qué seguir allí… Total, Mr. Cassidy yacía sin vida
en el suelo de su celda. Tampoco tenía por qué quedarse allí
Enoch. Lo llamé.
-¡Enoch, ven conmigo!
Fue la vez que más cerca estuve de verlo… Era como una luz blanca
y refulgente; lo vi salir del agujero rojizo que había en la nuca de
Mr. Cassidy.
Sentí entonces de nuevo aquel peso leve y frío en mi cabeza, que
tan bien conocía, aquella presión que durante tanto tiempo me había
acompañado. Supe que Enoch había vuelto a casa.
Salí al corredor y abrí la puerta de la comisaría.
Los leves pies de Enoch corrían por el tejado de mi cerebro.
Juntos nos adentramos en la oscuridad de la noche. La luna brillaba
en todo su esplendor, todo estaba en calma. Oía claramente lo que me
susurraba Enoch al oído, lo sabía contento de estar otra vez
conmigo.
Weird Tales, 1946.
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