Debussy Brubeck fue parido
para el piano. A nadie le importó jamás si el niño había nacido
changador, ebanista o cantor de tangos. Nunca le preguntaron si quiso
ser filólogo, payaso, astronauta, o escritor; notario, o alicantino.
Sus padres no contemplaron que pudiera tener una intención distinta
a la de tocar y componer.
De
pequeño dormía sobre el taburete dispuesto ante el Steinberg del
salón y lloraba siempre en la menor. Sus dedos, con el tiempo,
acabaron por ser capaces de medir una octava en vez de un palmo; y
nunca -ni desnudo- abandonó el gesto al sentarse, ese apartar hacia
atrás la cola del chaqué. Ni siquiera ahora pierden sus dedos ese
brillante sincopado; ahora que su cuerpo pende de la segunda cuerda
más gruesa del piano; si bemol, creo.
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